Domingo III de Pascua

Tiempo Pascual

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Ciclo B

En aquellos días, Pedro dijo al pueblo:
«El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo.

Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello.

Ahora bien, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer.

Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados».

Señor, me enseñarás el sendero de la vida.

Escúchame cuando te invoco, Dios de mi justicia;
tú que en el aprieto me diste anchura,
ten piedad de mí y escucha mi oración.

Hay muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?».

Sabedlo: el Señor hizo milagros en mi favor,
y el Señor me escuchará cuando lo invoque.

En paz me acuesto y en seguida me duermo,
porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo.

Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis.

Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo.

Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos.

Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él.

Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.

En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice:
«Paz a vosotros».

Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo:
«¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo».

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
«¿Tenéis ahí algo de comer?».

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.

Y les dijo:
«Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí».

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo:
«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

Ábrenos, Señor, el entendimiento para reconocerte Resucitado

La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Hch 3,13-15.17-19, 1Jn 2,1-5 y Lc 24,35-48. El relato evangélico puede dividirse en dos partes: la aparición a los apóstoles y discípulos (v. 35-43) y las instrucciones de Jesús (v.44-48).

 

1. La aparición a los apóstoles y los discípulos.

El relato evangélico, que es la continuación de la aparición a los de Emaús, guarda ciertas afinidades con Mc 16,14 y Jn 20,19-29. Mientras los Once y los que están con ellos, junto a los dos de Emaús, conversan sobre los acontecimientos recientes, Jesús se presenta en medio ellos.

a) La paz del Resucitado.
Como en otras apariciones, Jesús Resucitado se presenta ante sus discípulos trayéndoles el don de la paz: Shalom lajem, una paz que significa la plenitud de alegría y felicidad que quiere regalarles.

b) La reacción de los discípulos.
Ante la inesperada aparición de Jesús los discípulos reaccionan de una manera sobresaltada, que el evangelista describe con dos verbos griegos (ptoezéntes y énfoboi genómenoi) que pueden traducirse con una gran variedad de significados: aterrorizados y llenos de miedo (BCE), sobresaltados y asustados (Biblia de Jerusalén), aterrados y llenos de miedo (Nácar-Colunga), despavoridos y asustados (M. Iglesias) (v. 36). La situación anímica de los discípulos ante la visión de Jesús se completa con lo que Él les dice enseguida: “¿Por qué estáis turbados (griego, tetaragménoi) y surgen dudas en vuestro corazón?” (v. 37). Todos esos verbos sirven para mostrar el clima de turbación, angustia y temor que se ha apoderado de ellos. El evangelista da la explicación de ese estado: “Pensaban que estaban viendo un espíritu”. Es significativo que para ver Lucas usa el verbo griego zeoréo, que, más que ver, significa observar. Es decir, que los apóstoles habían observado a Jesús y habían concluido (creyeron, pensaron) de manera errónea que se trataba de un espíritu. Hay que tener en cuenta que, “según la creencia popular, después de la muerte, el alma podía vagar por determinados lugares como un fantasma; así, pues, espíritu es aquí el alma incorpórea de un muerto, sin carne ni hueso” (BCE). A estos espíritus se refieren 1Pe 3,19 y Heb 12,23. Algo parecido sucede en el relato de la pesca milagrosa, donde se dice que los discípulos gritaron asustados porque, viendo a Jesús caminar sobre el lago, pensaron que era un fantasma (cf Mt 14,26-27; Mc 6,49-50).

c) Los gestos de Jesús.
Ante la reacción asustada y turbada de los discípulos, para traer sobre ellos la calma y la serenidad, Jesús alterna la palabra y los gestos. Por una parte, les hace una doble pregunta para disipar las dudas: “¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué suben dudas a vuestro corazón?”. Por otra, mostrándoles las manos y los pies, les invita no a verlos sin más, sino a contemplarlos (griego, horáo), pues en ellos aparecen con todo realismo las heridas de los clavos que ponen de manifiesto su identidad. A continuación, Jesús acompaña el gesto con una afirmación rotunda, que puede traducirse de dos modos. De forma más literal: “Soy yo mismo”, es decir, el que vosotros conocéis, el que ha vivido con vosotros. De modo explicativo: “Soy yo en persona”, es decir, en mi propia identidad, que se manifiesta en mi corporalidad. Este aspecto quedará subrayado con el segundo gesto y la segunda invitación: “Palpadme y discernid/comprended que un espíritu no tiene carne y huesos, como estáis observando que yo tengo” (v. 39). El “palpadme” recuerda la invitación hecha a Tomás (cf Jn 20,27). “Carne y huesos” es una expresión bíblica que se emplea para referirse a la identidad que existe entre personas (cf Gén 2,23; 29,14; Jue 9,2; 2Sm 5,1). Y, como prueba de lo que les decía, les mostró las manos y los pies (v. 40). Es claro que se trata de un gesto semejante al que Jesús tuvo con los apóstoles, según Jn 20,20. Si Jesús resucitado puede ser tocado, entonces no puede ser un espíritu fantasmal; las heridas en las manos y los pies prueban su identidad. El evangelista Lucas no explicita si llegaron a tocar la carne del Resucitado, aunque san Ignacio de Antioquía lo da por supuesto: “Y seguidamente lo tocaron y creyeron fundiéndose con su cuerpo y con su espíritu” (A los esmirniotas III,2). Lucas, sin embargo, precisa que aún seguían sin creer, ahora a causa de la alegría y porque estaban asombrados (v. 41). La alegría, tema propio de la resurrección de Jesús, aparece también en Jn 20,20. Ante la persistente incredulidad de ellos, Jesús insiste en ofrecerles palabra y gesto. Primero, les pregunta si tienen algo de comer porque quiere que participen de forma activa en el gesto que realizará enseguida (v. 41). Luego, cuando ellos le ofrecen un trozo de pez asado (v. 42), Jesús lo tomó y lo comió delante de ellos (v. 43; cf Jn 21,12-14). Parece claro que con estos gestos se quiere poner de relieve la intención de subrayar la realidad física del cuerpo del Resucitado. Es evidente que un cuerpo resucitado no necesita alimentarse; si Jesús lo hace es para convencer a los discípulos de que se trata de un cuerpo verdadero y no de algo aparente, como defendía la herejía conocida como docetismo. “Tomar y comer” son los dos gestos propios de quien participa en una comida (cf Mt 26,26). Y lo comió delante de ellos, es decir, que Jesús quiso que los discípulos fueran testigos directos de su gesto. Ellos se convertían así en garantes del realismo de su cuerpo resucitado. Es interesante constatar que algunos manuscritos de la Vetus latina y la Vulgata, así como algunos manuscritos griegos y santos Padres (p. ej., Tertuliano, san Epifanio, san Gregorio de Nisa), añaden que Jesús resucitado comió también “de un panal de miel”. Este detalle se explica porque en la antigüedad cristiana era costumbre poner en la mesa eucarística pescado y miel junto al pan y el vino. La miel, por otra parte, era considerada como una comida del Paraíso. La presencia de la miel servía para recordar a los cristianos que la mesa eucarística era un anticipo del banquete del Paraíso. Para el apócrifo judío conocido como Historia de José y Asenet 16-17 la miel, cuyo panal proviene del Paraíso, es comida de inmortalidad. San Cirilo de Jerusalén, que se hace eco de la tradición de la miel, encuentra la justificación de que Jesús comiera panal de miel en un pasaje del Cantar de los cantares aplicado a Jesús: Ya comí de mi panal con mi miel (5,1). “Antes de la Pasión (Jesús comió) lo amargo, y lo dulce, después de la resurrección” (Catequesis bautismales 14,11).

 

2. Jesús Resucitado, Maestro: Instrucciones finales a los apóstoles (v. 44-49)

Los v. 44-49, que vienen a ser como el epílogo del tercer evangelio, antes de narrar el acontecimiento de la Ascensión (v. 50-53), son propios de Lucas. Las palabras en que Jesús Resucitado se presenta de nuevo como Maestro para los discípulos abordan en dos momentos el recuerdo de sus enseñanzas. Por una parte, el v. 44 presenta una conexión muy estrecha con lo que Jesús acababa de decir a los dos de Emaús (24,26-27). Conforme al uso del término hebreo dabar, que significa a la vez palabra y hecho, cosa, es muy probable que con la expresión “éstas (son) las palabras que os hablé” Jesús se refiera no sólo a las enseñanzas que les había dado antes de la Pasión, sino también a los hechos que han sucedido durante esos días y que les había adelantado (cf Jn 13,19; 14,29; 16,4). Jesús dice que era necesario (griego, dei), es decir, que formaba parte del plan de Dios, que se cumpliera, que llegara a su plenitud, todo lo que estaba escrito acerca del Mesías en la Ley de Moisés (Torah), los Profetas (Nebiim) y los Salmos (Ketubim), es decir, en toda la Escritura. Con las palabras “mientras estaba con vosotros” Jesús da a entender que ahora tiene una presencia distinta a la de antes de la resurrección. Por otra parte, el v. 45 se abre con unas palabras muy semejantes a las que aparecían en el relato de los dos de Emaús. Allí se decía que “se les abrieron los ojos” (v. 31), aquí que “les abrió el entendimiento” (v. 45). “Abrir la inteligencia” equivale a darles la clave para que entendieran lo que había sucedido. La resurrección era esa clave. Las instrucciones del v. 46 guardan también cierta semejanza con lo que Jesús dice a los de Emaús (v. 26). Era necesario, formaba parte del plan de Dios, que el Mesías padeciera y resucitara. Pero Jesús añade ahora algo nuevo: que en su nombre se predicaría el perdón de los pecados. En “el nombre de Jesús” es una expresión que se usa en el Nuevo Testamento para hablar del poder sanador y salvador de Cristo (Hch 3,6.10.12); no hay otro nombre que pueda salvar ni en el cielo ni en la tierra (Hch 4,12). En Hch 2,38 Pedro dice a los judíos que habían oído su discurso: “Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús el Mesías para perdón de vuestros pecados”. Y en Hch 5,31: “Dios ha exaltado (a Jesús) … como salvador para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados“. La misión abierta a todos los pueblos forma parte también de la aparición final del Resucitado en Mt 28,19 y en el resumen de apariciones de Mc 16,15. Finalmente, Jesús los constituye en testigos (griego, mártyres) de todo lo que han conocido acerca de Él, pero de modo significativo de su resurrección. En Hch 5,32 Pedro dice: “Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo…”.

 

Que María, la Virgen testigo privilegiada de los misterios de su Hijo nos ayude a ser testigos fieles del Resucitado. ¡FELIZ DOMINGO!

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