Domingo V de Pascua

Tiempo Pascual

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Ciclo B

En aquellos días, llegado Pablo de Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera discípulo.

Entonces Bernabé, tomándolo consigo, lo presentó a los apóstoles y él les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había actuado valientemente en el nombre de Jesús.
Saulo se quedó con ellos y se movía con libertad en Jerusalén, actuando valientemente en el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los helenistas, que se propusieron matarlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso.

La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en el temor del Señor, y se multiplicaba con el consuelo del Espíritu Santo.

El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.

Cumpliré mis votos delante de sus fieles.
Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al Señor los que lo buscan.
¡Viva su corazón por siempre!

Lo recordarán y volverán al Señor
hasta de los confines del orbe;
en su presencia se postrarán
las familias de los pueblos.
Ante él se postrarán las cenizas de la tumba,
ante él se inclinarán los que bajan al polvo.

Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá,
hablarán del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo lo que hizo el Señor.

Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras.

En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestro corazón ante él, en caso de que nos condene nuestro corazón, pues Dios es mayor que nuestro corazón y lo conoce todo.
Queridos, si el corazón no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.

Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó.

Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.

Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.

Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.

Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».

Concédenos, Señor, la gracia de ser en Ti sarmientos fecundos

La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Hch 9,26-31, 1Jn 3,18-24 y Jn 15,1-8. El pasaje evangélico recoge la alegoría de la vid, que es la séptima y última ocasión en que Jesús se aplica la expresión “Yo soy” seguida de predicado. El pasaje, que forma parte de un conjunto más amplio, se puede dividir en dos partes, marcadas por la afirmación “Yo soy la vid”: “Yo soy la vid verdadera” (v. 1-4) y “Yo soy la vid y vosotros sois los sarmientos” (v. 5-8).

1. “Yo soy la vid verdadera” (v. 1-4)

a) La imagen de la vid en el Antiguo Testamento.
La imagen de la vid es muy usada en el Antiguo Testamento para referirse a Israel. En la predicación de los profetas se trata de poner de relieve que Israel, la vid que Dios ha plantado con todo esmero, no ha dado los frutos que se esperaban de él (Is 5,1-7; Jer 2,21; 6,9; Ez 17,5-10; Os 10,1).

b) La vid verdadera.
Jesús dice de sí mismo que es “la vid verdadera” (griego, ámpelos aleziné). Es importante tener en cuenta que el adjetivo griego aleziné es muy rico en significados: 1) verdadera, en el sentido de real, por oposición a lo que se supone que es real, lo aparente; 2) verdadera, en el sentido de auténtica o veraz, por oposición a falsa o engañosa, como se dice de la viña de Is 5,1-7, que en vez de uvas dio agraces; 3) verdadera, en el sentido de permanente, duradera, fiel, por oposición a la que es provisional, pasajera, que no permanece porque está llamada a desaparecer; 4) verdadera, en el sentido de única, es decir, que no existe otra en la que pueda hallarse el fruto de la vida; 5) verdadera, en el sentido de perfecta, pues en ella no hay imperfección o deterioro; 6) verdadera, en el sentido de abundante o fértil, por oposición a infecunda o estéril, que no ha cumplido con aquello que se esperaba de ella, ha defraudado. Todos estos significados dan una idea exacta de lo que Jesús ha querido decir de sí mismo en relación a los hombres. Alezinós es también el adjetivo que Jesús usa para hablar de sí como el pan verdadero frente al maná del desierto (Jn 6,32), pues el maná era la figura y Jesús es la realidad que sustituye a la figura. A continuación Jesús dice: “Mi Padre es el viñador”. Esta afirmación conlleva algunas consecuencias, porque todo judío sabía por Is 5,1-7 y Jer 2,21 que la imagen del viñador servía para identificar a Dios. Eso significa, por tanto, que Jesús se presentaba como Hijo de Dios. Luego, Jesús describe los trabajos que, con sabiduría, discernimiento y delicadeza, el Padre realiza para que la vid dé un fruto bueno y abundante: “Al sarmiento que no da fruto lo arranca y al que da fruto lo poda para que dé más fruto” (v. 2). En el texto original griego se da un juego de palabras, una paronomasia, con dos verbos que suenan de modo muy parecido: aíro, arrancar, y kazaíro, podar. Y, por otra parte, el verbo kazaíro sirve de eslabón con lo que Jesús dice a continuación: “Vosotros ya estáis limpios (kazaroí)” (v. 3), pues el mismo verbo significa también limpiar. Es importante fijarse en las palabras que dice Jesús: “Todo sarmiento mío que no da fruto en mí” (v. 2), es decir, que, aunque pueda parecer contradictorio, hay sarmientos que pueden estar unidos a Jesús pero no dan fruto. Eso significa que no basta con estar unido a Jesús para ser un sarmiento fecundo. La idea que Jesús quiere transmitir es que un sarmiento que no da fruto es que está seco, está muerto. Es necesario, por tanto, arrancarlo para que no perjudique al conjunto de la vid. Y eso es lo que hace el Padre. De manera diferente sucede con el sarmiento que da fruto. El Padre lo poda de lo superfluo para que dé más fruto. ¿Qué significa aquí podar? Así como en la poda natural el viñador hace “sufrir” al sarmiento y le hace “llorar” cuando corta lo superfluo, así también el Padre hace “sufrir” al sarmiento unido a Jesús cuando, por los acontecimientos y pruebas de la vida, va cortando lo superfluo: la autosuficiencia, el orgullo, la soberbia, la rebeldía, el egoísmo, la codicia, la falsedad, la mentira, etc., para que el discípulo de Jesús produzca el fruto abundante de la humildad, la caridad, el don de sí, la obediencia, la austeridad, la verdad, etc. La poda del Padre produce, en definitiva, la santidad. Con el v. 4 comienza el tema del permanecer en Jesús, que se prolongará hasta el v. 10. La primera ocasión en que aparece el verbo permanecer es un imperativo con el cual Jesús quiere mostrar la urgencia o la necesidad de estar en una mutua y estrecha relación: “Permaneced en mí y yo en vosotros”. Sin embargo, el imperativo más que a mandato suena a invitación. Es importante tener en cuenta que el verbo permanecer es en griego méno, que significa también morar, habitar y vivir. La permanencia, por tanto, no es algo extrínseco, exterior, sino una estrecha comunión de vida. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid, pues de ella recibe la savia que lo mantiene vivo, así tampoco los creyentes pueden dar fruto si no están unidos íntimamente a Jesús de quien reciben la savia de la vida. Al apelar al imperativo, “permaneced”, es evidente que Jesús entiende que la permanencia en Él o con Él responde a una decisión personal que compromete la libertad del discípulo. Permanecer en Jesús es la elección que sólo puede hacer el discípulo. Nadie puede tomar esa decisión por él. En contrapartida, Jesús dice que ha tomado la decisión y tiene el deseo de permanecer con el discípulo. También Él ha comprometido su libertad de vivir en los suyos. Permanecer juntos conlleva el ejercicio de la fidelidad y la lealtad mutuas.

2. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos (v. 5-8)

El v. 5 se abre con la segunda afirmación de Jesús “yo soy la vid”, que se completa con la revelación: “Vosotros sois los sarmientos”. Esta segunda parte está centrada en el tema de la permanencia, que se prolonga hasta el v. 10.

a) “El que permanece en mí y yo en él da fruto abundante”.
Esta afirmación recoge el pensamiento que Jesús había expresado de forma negativa en el v. 4: “Si no permanecéis en mí (no podéis dar fruto)”. De este modo, permanecer en Jesús y dar fruto se identifican plenamente: No puede haber fecundidad alguna separados de Jesús y, a la vez, sólo en la comunión con Jesús puede haber garantía de fecundidad abundante. Esto es lo que refleja la afirmación que viene a continuación: “Sin mí no podéis hacer nada”. Es evidente que este nada no se refiere al orden natural de las cosas, sino al orden de la vida sobrenatural y de la gracia, de la salvación.

b) “Al que no permanece en mí” (v. 6).
Siguiendo con la alegoría de la vid y del proceder de los viñadores con los sarmientos que se secan y no dan fruto, Jesús advierte de lo que sucede con aquellos que no quieren permanecer con Él. Como en otras ocasiones Jesús utiliza la imagen del fuego para hablar de la terrible suerte que corren los que han preferido vivir al margen de Él. Comenta san Agustín: “El sarmiento ha de estar en uno de estos dos lugares: o en la vid o en el fuego (aut vitis aut ignis); si no está en la vid, estará en el fuego. Permanezca, pues, en la vid, para librarse del fuego” (Homilías sobre el Evangelio de san Juan 81,3).

c) La oración escuchada (v. 7).
Otra consecuencia de la permanencia en Jesús es que garantiza que la oración dirigida al Padre será escuchada. La forma de decirlo Jesús: “Pedid lo que deseáis y se realizará” es un imperativo que encierra una invitación confiada en que el Padre lo hará. Estas palabras tienen un paralelo muy estrecho en el v. 16: “Lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dará”.

d) La gloria del Padre (v. 8).
Esta sección se cierra con unas palabras que resultan de gran importancia para el discípulo de Jesús: El Padre recibe gloria con los frutos abundantes de los discípulos. Así como Jesús da gloria al Padre (Jn 13,31-32), así también el Padre es glorificado por los frutos de la vida de los discípulos en comunión con Jesús. El Padre, que hace posible los frutos por el trabajo de poda, se goza al contemplarlos en ellos.

 

Que la Virgen María, el sarmiento que ha producido el fruto más perfecto, su Hijo, interceda para que seamos sarmientos fecundos. ¡FELIZ DOMINGO!

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