Domingo XXIX del Tiempo Ordinario

Tiempo Ordinario

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Ciclo C

En aquellos días, Amalec vino y atacó a Israel en Refidín.

Moisés dijo a Josue:
«Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón de Dios en la mano».

Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; entretanto, Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte.

Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec. Y, como le pesaban los brazos, sus compañeros tomaron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras, Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado.

Así resistieron en alto sus brazos hasta la puesta del sol.

Josué derrotó a Amalec y a su pueblo, a filo de espada.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.

El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.

El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.

Querido hermano:
Permanece en lo que aprendiste y creíste, consciente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras: ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús.

Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena.

Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y a muertos, por su manifestación y por su reino: proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina.

En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.

«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.

En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.

Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».

Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

Señor, ayúdanos a confiar en el poder de la oración

La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Éx 17,8-13, 2Tim 3,14-4,2 y Lc 18,1-8. El pasaje evangélico, que recoge la parábola conocida como del juez inicuo y de la viuda importuna, pertenece a la materia propia de Lc.

 

1. El contexto de la parábola

Lc introduce la parábola diciendo que Jesús la pronunció para enseñar a los discípulos que «es necesario orar siempre sin desfallecer» (v. 1). El verbo «desfallecer» corresponde al verbo griego enkakein, cuyo significado literal es sentirse mal, pero también desanimarse, cansarse, hastiarse. Esta introducción facilita la comprensión adecuada de la parábola. Aunque el discípulo piense que Dios no escucha su oración (de súplica), porque no se cumple de manera inmediata, no debe abandonarla, sino que debe seguir insistiendo sin perder el ánimo. Un eco de estas palabras de Jesús resuena en la enseñanza de san Pablo: «Sed perseverantes en la oración» (Rom 12,12); «sed constantes en la oración» (1Tes 5,17). En cuanto al contenido, la parábola es muy semejante a la del amigo importuno (cf Lc 11,5-13).

 

2. Los personajes de la parábola

Conforme al esquema literario frecuente en otras parábolas (el fariseo y el publicano, los dos amigos, Lázaro y el rico epulón), Jesús construye la parábola con dos personajes: un juez y una viuda. Como en otras ocasiones la parábola parece reflejar una escena de la vida real.

a) La figura del juez (v. 2)
Jesús dibuja la figura del juez con dos rasgos precisos: No temía a Dios, es decir, no era un hombre religioso. Y, además, según el texto griego, «no respetaba a hombre«, que es un hebraísmo para decir que no respetaba a nadie, es decir, era un verdadero misántropo. Esta descripción no parece exagerada, pues hay ejemplos de comportamientos semejantes de personajes poderosos de Israel. Flavio Josefo escribe que el rey Joaquín «no respetaba a Dios ni era atento con sus semejantes» (Ant. Jud. X,5,2). Lo que resulta llamativo es que el propio juez no tiene reparo en reconocerse así (v. 4).

b) La viuda (v. 3)
En la misma ciudad había una viuda que acudía a él para pedirle que le hiciera justicia frente a su adversario. Como es sabido, una viuda en Israel representaba, junto al huérfano y al emigrante, a la persona desvalida e indefensa por excelencia ante los poderosos (cf Éx 22,22-24; Dt 10,18; 24,17; Mal 3,5; Rut 1,20-21; Is 54,4). En el evangelio de Lc la figura de la viuda aparece con cierta frecuencia (cf Lc 2,37; 4,25-26; 7,12; 20,47; 21,2-3). En la Palestina del tiempo de Jesús una mujer sin marido estaba expuesta al mayor desamparo. La defensa de sus derechos dependía sólo de su lucha inquebrantable, insistiendo una y otra vez hasta alcanzar justicia. Y eso es lo que hace la viuda de la parábola: Acudía ante el juez de forma continua y con voluntad insobornable, convencida de la justicia de su causa. Jesús no explicita cuál era el litigio en el que estaba envuelta la mujer ni quién era su oponente, pero da a entender que se trataba de algún abuso del que era víctima por parte de alguien más poderoso.

c) La conducta del juez (v. 4-5)
La situación de injusticia se estuvo prolongando durante algún tiempo, lo que hacía que la angustia y el desamparo de la mujer fuera cada vez más acuciante y doloroso, pero, a la vez, la hacía más recia en su petición. Por fin, su insistencia acabó doblegando la férrea e injusta voluntad del juez, que «no quería» atender sus demandas (v. 4).

Como el mismo juez reconoce, cambia de conducta no por el deseo de hacer justicias a la viuda, sino para quitársela de encima, pues le estaba causando molestias y temía que le siguiera importunando. Para importunar el evangelista Lucas usa el verbo griego hypopiázo, un verbo tomado del mundo del boxeo y la lucha, que significa literalmente golpear debajo (de los ojos, en la cara) y, de ahí, partir la cara. Pero tiene también el sentido figurado de exasperar o dejar agotado a alguien. Un juez que no temía a Dios, ¿tenía miedo de que una pobre viuda indefensa llegara al extremo de partirle la cara? La constancia y la firmeza de la mujer, junto a la justicia de su causa, lograron derribar el muro de iniquidad del juez.

 

3. La enseñanza de la parábola (v. 6-8)

La aplicación que Jesús hace de los personajes de la parábola muestra que su enseñanza está centrada más en el comportamiento del juez que en la actitud de la viuda. Jesús usa aquí un argumento a fortiori: Si un juez injusto acaba conmoviéndose para hacer justicia ante las súplicas continuas de una viuda, ¡cuánto más escuchará Dios, Juez justo, la oración de sus elegidos, que le gritan día y noche! (cf Mt 7,11; Lc 11,13). Es más, Dios atenderá la súplica de los discípulos de Jesús sin tardar. Los discípulos deben tener la certeza de que el Padre responderá a su oración perseverante y confiada frente a sus adversarios. Unas palabras semejantes dice el profeta Habacuc, animando a la esperanza en el obrar de Dios: «La visión tiene un plazo, pero llegará a su término sin defraudar. Si la visión se atrasa, espera en ella, pues llegará y no tardará» (Hab 2,3).

La enseñanza se cierra con una pregunta que Jesús deja en el aire: «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (v. 8). Esta pregunta viene a ser una inclusión con el v. 1, donde el evangelista decía que Jesús enseñó esta parábola para instar a los discípulos a orar siempre sin desfallecer, es decir, a tener una fe inquebrantable en que Dios escucha la oración de los suyos. Al vincular la pregunta sobre la fe a su venida al fin del tiempo, Jesús la ha dejado abierta para interpelar a las siguientes generaciones. Desde entonces nadie está exento de preguntarse: ¿Es mi fe perseverante, confiada, segura de la justicia de lo que suplica? ¿Creo de verdad que Dios no tardará en responder a mi oración? ¿Me canso, me desanimo o dudo cuando pienso que Dios tarda en actuar?

Que María, la Virgen orante, nos enseñe a suplicar con confianza y perseverancia.
¡FELIZ DOMINGO!

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