Domingo XXVII del Tiempo Ordinario

Tiempo Ordinario

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Ciclo C

¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas,
te gritaré: ¡Violencia!, sin que me salves?

¿Por qué me haces ver crímenes y contemplar opresiones?

¿Por qué pones ante mí destrucción y violencia,
y surgen disputas y se alzan contiendas?

Me respondió el Señor:
Escribe la visión y grábala en tablillas, que se lea de corrido;
pues la visión tiene un plazo, pero llegará a su término sin defraudar.

Si se atrasa, espera en ella, pues llegará y no tardará.

Mira, el altanero no triunfará; pero el justo por su fe vivirá.

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

 

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron,
aunque habían visto mis obras».

Querido hermano:

Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos, pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza. Así pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios.

Ten por modelo las palabras sanas que has oído de mí en la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. Vela por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.

En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».

El Señor dijo:
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:
“Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería.

¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”?

¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”?

¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid:
“Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».

Purifica, Señor, nuestra fe

La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Hab 1,2-3; 2,2-4, 2Tim 1,6-8.13-14 y Lc 17,5-10. El pasaje evangélico recoge dos dichos de Jesús. El primero (v. 5-6) tiene paralelos, aunque un poco diferentes, en Mt 17,20; 21,21 y Mc 11,23. El segundo (v. 7-10) pertenece a la materia propia de Lc.

 

1. El poder de la fe (v. 5-6)

Como en otras ocasiones los apóstoles piden a Jesús que les conceda algo, que no es de naturaleza material (Lc 11,1: «Enséñanos a orar»). En este caso se trata de una súplica respecto a la fe: «Auméntanos la fe» (v. 5). Por el tenor de la pregunta se puede deducir que lo que le piden no es la fe en Él como Mesías, sino la fe como confianza en Dios, la fe que conduce la vida. Los apóstoles creen, pero son conscientes de la pequeñez de su fe. Y piensan que necesitan más cantidad de la misma. Usando una llamativa hipérbole, con su respuesta Jesús quiere hacerles comprender que la fe no se mide por la cantidad sino por la calidad. Se puede tener una fe tan pequeña como un grano de mostaza, pero, si es auténtica, consigue hacer cosas tan extraordinarias como impensables. Para ello Jesús se sirve de la imagen de la morera (o sicomoro), un árbol que es reconocido por la reciedumbre de sus raíces. Ya de por sí arrancar de raíz este árbol sería algo portentoso, pero Jesús lleva la hipérbole al extremo: La verdadera fe puede hacer arraigar una morera ¡en el mar!

Jesús da a entender que la fe verdadera es la que cree y confía en que es el poder de Dios el que lleva a cabo las obras prodigiosas. En el paralelo de Mt 17,20 Jesús aplica el poder de la fe al traslado de un monte de un lugar a otro, mientras que en los de Mt 21,21 y Mc 11,23 los aplica al traslado de un monte de la tierra para arrojarse en el mar. Este dicho de Jesús en Mt se cierra con estas palabras: «Todo lo que pidáis orando con fe, lo recibiréis» (v. 22). En Mc 11,24 dice: «Todo cuánto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido, y lo obtendréis».

 

2. La tarea del siervo (v. 7-10)

Después de las palabras sobre la fe Jesús propone a los discípulos una parábola que les debe ayudar a entender su tarea como apóstoles suyos. La parábola está construida en torno a tres preguntas con las que Jesús interactúa con los oyentes. La parábola se abre con una pregunta retórica, típica de Jesús: «¿Quién de vosotros…» (cf Lc 11,5; 15,4). La respuesta que se deduce es «no, un siervo no puede esperar, ni mucho menos pretender, que, tras hacer sus tareas en el campo, al volver a casa el amo le invite a su mesa» (v. 7). La segunda pregunta («¿no le dirá más bien…?») introduce lo que en lógica se espera de la conducta del dueño. Al volver el siervo del campo, le pedirá que continúe haciendo las tareas de casa y, ciñéndose, le sirva; luego podrá comer él. La respuesta esperada es «sí, el dueño tiene todo el derecho a pedir esos servicios al siervo» (v. 8). La tercera pregunta («¿acaso tiene que agradecer…?») prepara la conclusión final. La respuesta que se da por supuesta es «no, no tiene que agradecerlo» (v. 9). Se puede deducir que en estricta justicia el dueño le ha pagado ya con el trabajo que le ha proporcionado y la comida que le ofrece cada día. Es el siervo el que debe estar agradecido a su amo por haberle acogido en su casa y le haberle dado un modo de vida digna.

La última pregunta da paso a la aplicación que Jesús hace de la parábola, teniendo en cuenta que el dueño representa a Dios y el siervo a los discípulos: «Así también vosotros…» La traducción que se da con frecuencia es: «Cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido mandado, decid: Somos siervos inútiles» (v. 10). Pero hay que entender que un siervo que obedece y hace todo lo que se le pide no es un inútil, sino que es eficaz y solvente, y con su trabajo se hace digno de la confianza de su señor. Su trabajo es ciertamente útil para su amo. Mejor habría que traducir por «somos unos pobres siervos», es decir, siervos que no tienen derecho a que se les agradezca lo que hacen. Su recompensa está en ganarse la confianza y el afecto de su dueño, haciendo su trabajo con fidelidad y generosidad. La frase «todo lo que os ha sido mandado» hay que entenderla como una pasiva divina: «Todo lo que Dios os ha mandado». Ante Dios los discípulos de Jesús son unos pobres siervos. Dios no tiene nada que agradecer a los discípulos, sino que es un privilegio para ellos haber sido llamados para trabajar en la casa de Dios y servirle. Y no deben exigir nada más.

Las palabras «soy un pobre siervo, he hecho lo que tenía que hacer», dirigidas a Dios en la oración de la noche, son un buen modo de terminar el día.

 

Qué María, la pobre sierva del Señor, que hizo todo lo que se le pidió, interceda por nosotros ante Dios.
¡FELIZ DOMINGO!

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