Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

Tiempo Ordinario

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Ciclo C

Esto dice el Señor omnipotente:
«¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sion, confiados en la montaña de Samaría!

Se acuestan en lechos de marfil, se arrellanan en sus divanes, comen corderos del rebaño y terneros del establo; tartamudean como insensatos e inventan como David instrumentos musicales; beben el vino en elegantes copas, se ungen con el mejor de los aceites pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José.

Por eso irán al destierro, a la cabeza de los deportados, y se acabará la orgía de los disolutos».

Alaba, alma mía, al Señor.

 

El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.

El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos.

Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.

Hombre de Dios, busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.

Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos testigos.

Delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que proclamó tan noble profesión de fe ante Poncio Pilato, te ordeno que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que, en el tiempo apropiado, mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver.

A él honor y poder eterno. Amén.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.

Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.

Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.

Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.

Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.

Pero Abrahán le dijo:
“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.

Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.

Él dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.

Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.

Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.

Abrahán le dijo:
“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

Ayúdanos, Señor, con tu gracia para que no ignoremos a los Lázaros que hay a nuestro lado

La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Am 6,1a.4-7, 1Tim 6,11-16 y Lc 16,19-31. El pasaje evangélico, que pertenece al material propio de Lc, recoge la parábola de Lázaro y el rico. La parábola forma parte del c. 16, dedicado al tema del dinero y de las riquezas. Como en otras ocasiones es probable que Jesús componga la parábola a partir de la observación de hechos reales.

 

1. Los personajes de la parábola (v. 19-21)

La parábola se abre con la breve presentación de un hombre rico. Jesús pone el acento en dos detalles: el vestido y las fiestas. El rico vestía prendas de púrpura (quizás el manto exterior de lana pura), que eran muy costosas, reservadas para reyes y grandes magnates, y prendas de lino (quizás la túnica), material muy costoso y apreciado, sobre todo el procedente de Egipto y de la India. En Israel el lino más preciado era el de Beth Shean (Escitópolis) en la Decápolis, al sur de Galilea. Vestir de lino era señal de lujo, opulencia y ostentación. El estilo de vida del rico se pone de relieve en el hecho de que daba banquetes espléndidos cada día. Eso significa que llevaba a la vez una intensa vida social, lo que conlleva un gran despilfarro.

Jesús no da el nombre de este hombre, aunque en la tradición española durante mucho tiempo se le adjudicó el nombre de Epulón, derivado del verbo latino usado en la Vulgata, epulor, que significa banquetear, dar fiestas. Pero es interesante apreciar que en el pensamiento de Jesús el rico es un hombre sin nombre.

Frente a la figura del rico, Jesús dibuja el segundo personaje de una manera más detallada. Se trata de un pobre, es decir, un mendigo, llamado Lázaro. El nombre griego Lazaros es la transcripción acortada del hebreo Eleazar, que significa Dios ayuda. Frente al rico, que sin duda banqueteaba en lujosos divanes, Lázaro estaba arrojado en el suelo junto a su portal. Jesús describe con detalle su condición miserable: lleno de llagas o úlceras (cf Éx 9,9-11; Job 2,7), deseando saciar su hambre a la espera de recoger lo que caía de la abundante mesa del rico (quizás las migas de pan con las que los comensales se limpiaban los dedos), y en el colmo de su desvalimiento hasta los perros acudían a lametear sus llagas, a los que Lázaro ni siquiera podía quitarse de encima. Con todos esos detalles Jesús quiere subrayar el absoluto desinterés que el rico, y sus invitados, mostraba hacia el pobre. Lázaro era invisible para ellos.

 

2. La distinta suerte de los personajes (v. 22-31)

a) El momento de la muerte
De repente, el tono de la parábola cambia. El pobre murió, y de modo sorprendente Jesús dice que no fue enterrado, sino que fue llevado directamente por los ángeles al seno de Abrahán, una expresión usada para hablar de intimidad y afecto (cf Jn 1,18; 13,23), y que en el judaísmo significaba la felicidad en el más allá. Ahora se puede explicar el significado del nombre del mendigo: Dios le ha favorecido, le ha ayudado de un modo extraordinario. Por el contrario, de manera muy lacónica Jesús dice que el rico murió y fue enterrado.

b) El diálogo entre el rico y Abrahán
Del mismo modo que se dice que Lázaro fue llevado de inmediato al seno de Abrahán, ahora se afirma que el rico ha sido arrojado a la profundidad del infierno (griego, Hades), en medio de terribles tormentos. Allí levanta los ojos y ve a Lázaro. El rico, que durante años no se había dignado bajar los ojos para ver al pobre, ahora los tiene que levantar para verlo en lo alto en el seno de Abrahán. ¡Qué terrible ironía! Aquel que no había atendido a los ruegos del mendigo Lázaro de saciar su hambre y le negaba las migajas de pan, ahora mendiga a Abrahán un poco de agua para que sacie su sed, aunque sea en la punta de un dedo. El que había paladeado manjares suculentos, ahora tiene el paladar seco como una teja. El que había degustado toda clase de vinos y licores, ahora se conforma con paladear una gota de agua. El que no quiso sentar a Lázaro a la mesa de sus banquetes, ahora se ve apartado de la mesa del banquete del Reino. Aquel que no había tenido misericordia de Lázaro, implora ahora a Abrahán misericordia por medio de Lázaro. El que no había tenido en cuenta las llagas que quemaban la piel de Lázaro, pide ahora remedio para las llamas que le atormentan. Aquel que cada día se veía rodeado de comensales y halagado en sus fiestas, ahora se ve solo, sin nadie que le consuele en su tormento. Aquel que pasaba el día entre fiestas y risas, se ve ahora arrasado por la tristeza y la desgracia. El que vestía lujosa túnica de lino, ahora se ve desnudo de la blanca túnica de lino de la gloria de los hijos del Reino.

La respuesta de Abrahán, encabezada por un paternal y afectuoso «hijo», le lleva a recordar cómo había sido su vida antes de morir: Había disfrutado de toda clase de bienes, mientras Lázaro había padecido toda clase de males. Ahora los papeles se han invertido, conforme a la enseñanza de las bienaventuranzas de Jesús (cf Lc 6,20.24: «Bienaventurados los pobres… ¡Ay de vosotros, los ricos»). Además, no puede enviarle a Lázaro, porque entre ellos se abre un abismo infranqueable. La situación es irreversible. Ante la respuesta del patriarca Abrahán, y aceptando su situación como irremediable, al rico le brota del corazón un gesto de compasión hacia sus cinco hermanos y le pide que mande a Lázaro a su casa para prevenirles del peligro que encierra la vida disoluta. Abrahán le recuerda lo que debía ser evidente para un israelita: Para alcanzar la salvación sólo es necesario amoldar la vida conforme a la Ley de Moisés y a la enseñanza de los Profetas. Allí podían encontrar pasajes como Is 58,7, que dan la clave para salvarse: Compartir el pan con el hambriento, acoger a los sin techo, vestir al desnudo (cf Tob 4,16; Dt 15,7; Ez 18,7). El rico, que parecía desconfiar de la vida religiosa de sus hermanos, confía más en el efecto que tendría la aparición (supersticiosa) de un muerto: Se convertirán. La respuesta de Abrahán es contundente y lúcida: «Si no escuchan (es decir, obedecen) a Moisés y los Profetas, tampoco se convencerán aunque resucite un muerto» (v. 31). Si no están abiertos a la Palabra de Dios, el endurecimiento del corazón no se resuelve ni siquiera con la visita de un muerto. ¡Qué impotencia la del rico! Quizás él mismo con su vida disoluta ha influido en la de sus hermanos. Pero ahora su salvación depende solamente de ellos. Cada uno es responsable de su destino. Con este final Jesús deja la parábola abierta para que los oyentes decidan cómo quieren vivir.

 

Que María, la Virgen pobre, nos enseñe el valor de la pobreza y a no endurecer nuestro corazón ante la pobreza ajena.
¡FELIZ DOMINGO!

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