La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Núm 21,4b-9, Flp 2,6-11 y Jn 3,13-17.
1. La figura de Nicodemo
El pasaje del evangelio forma parte del largo diálogo de Jesús con Nicodemo recogido por san Juan (3,1-21). El evangelista presenta a Nicodemo como un prestigioso magistrado fariseo (v. 1), que visita a Jesús de noche. Nicodemo, que sólo es conocido por el cuarto evangelio, aparecerá en varias ocasiones más, sobre todo con ocasión del enterramiento de Jesús junto a José de Arimatea (cf Jn 19,38-42).
2. La exaltación de Jesús
Esta parte del diálogo se puede dividir en varias secciones.
a) Nadie ha subido al cielo (v. 13)
El comienzo de esta sección está encabezado por una frase de Jesús, que, si se toma aislada del contexto, parece decir algo que no es cierto: «Nadie ha subido al cielo». Por el Antiguo Testamento conocemos que al menos hay una persona que ha «subido» al cielo: el profeta Elías (cf 2Re 2,11). Pero las palabras de Jesús se completan con estas otras: «Sino el que ha bajado del cielo». Con ello Jesús en realidad está poniendo el acento en la contraposición entre subir y bajar y de ese modo está hablando de sí mismo, el Hijo del hombre, que ha bajado como revelador del Padre y, en su momento, una vez consumada su misión, habrá de subir al cielo. El descenso como enviado del Padre se cerrará con la subida junto al Padre.
b) La serpiente del desierto (v. 14-15)
La idea de subir da a Jesús la oportunidad de hablar de lo que ha de significar su exaltación en la cruz. Jesús se sirve del pasaje de Núm 21,4-9, que aparece en la primera lectura de hoy. Se trata del sorprendente suceso en que, como castigo por la rebeldía del pueblo de Israel en el desierto contra Dios y Moisés, Dios envió serpientes venenosas que mordieron y mataron a muchos. Sin embargo, ante el arrepentimiento del pueblo, por mandato de Dios, Moisés fabricó una serpiente de bronce y la elevó en alto (griego, hypso) en un estandarte, para que los mordidos por las serpientes la miraran y quedaran sanados. Según Jesús, aquello sucedió como figura (griego, typos) de lo que habría de suceder con su crucifixión. La elevación de la serpiente sanadora era un anticipo de su elevación o exaltación en la cruz (griego, hypso). Estas palabras de Jesús tienen un complemento en estas otras: «Cuando yo sea elevado (griego, hypso), atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). Y también habría que relacionarlas con lo que se dice en Jn 19,37 sobre Jesús crucificado, como cumplimiento de la profecía de Zac 12,10: «Mirarán al que traspasaron». Jesús además revela a Nicodemo que su elevación o exaltación en la cruz forma parte del plan del Padre, pues, como en otras ocasiones, aparece aquí la forma verbal griega dei (tiene que, es necesario que), que se usa para hablar de algo que corresponde a la voluntad de Dios.
Por otra parte, la elevación de Jesús en la cruz tiene efectos que van más allá de los que tenía la serpiente de Moisés. Si mirar la el estandarte de la serpiente de bronce daba la curación física, Jesús en la cruz da la vida eterna a los que le miran, es decir, a los que creen en Él. Comenta san Efrén: «Los que miraban con los ojos del cuerpo el signo fijado por Moisés sobre la cruz vivieron corporalmente, así viven los que miran con los ojos del alma el cuerpo de Cristo clavado y suspendido sobre la cruz, creen en Él» (Comentario al Diatessaron XVI,15).
c ) El amor de Dios al mundo (v. 16)
En el vocabulario del evangelio de Juan, como en todo el Nuevo Testamento, el término «mundo» (griego, kósmos) tiene varias acepciones. Puede usarse para designar: 1) el universo, como equivalente de toda la creación; 2) la tierra, el lugar en que habitan los hombres; 3) la humanidad, el mundo de los hombres. En este último significado el mundo se entiende en ocasiones como la parte de la humanidad que se opone a Dios y a la obra salvífica del Hijo, hasta el punto de odiarle (cf Jn 7,7) y odiar a sus discípulos (cf Jn 15,18). Jesús dice a Nicodemo que el Padre ama el mundo, es decir, a la humanidad, hasta tal punto que le ha entregado a su Unigénito, el agapetós, aquel al que más ama (cf Mc 1,11). El Hijo ha sido entregado por el Padre a los hombres, en la Encarnación y en la cruz, como prenda del amor desbordante que les tiene. A través del Hijo amado el Padre ha regalado a los hombres, a los que ama con amor de misericordia entrañable, la posibilidad de alcanzar la vida eterna: Sólo necesitan creer en el Hijo. Cristo en la cruz es el manantial de la misericordia y la caridad del Padre, fuente de la vida y la salvación. Como san Francisco de Asís, déjate abrazar por Cristo crucificado.
d) El juicio de Dios (v. 17-18)
Jesús cierra esta parte de su diálogo con Nicodemo sacando a la luz en qué consiste el juicio de Dios, entendido como condena. Dios Padre no se complace en condenar a los hombres, sino que, por el contrario, desea salvar al mundo, y por eso y para eso ha enviado al Hijo. Jesús revela a Nicodemo que en realidad el juicio, la condena, está en las propias manos de los hombres. El juicio se produce en el hecho de cerrarse a creer en el Hijo. Es importante tener en cuenta que Jesús afirma que el juicio (o la condena) se lleva a cabo ya ahora, en este tiempo en que se toma partido a favor o en contra del Hijo. Dios ha dejado la salvación o la condena supeditadas a la libre decisión de los hombres. Aunque Dios ama a los hombres y quiere su salvación, no ha querido que ni su amor ni la salvación que ofrece fuercen la libertad humana. Dios ha creado libre al hombre y no puede contravenirse forzando su libertad. Dios ofrece, no impone. Dice san Agustín: «Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti» (Sermón 169,13).
Que María, Madre de Cristo, nos enseñe a vivir y elegir en libertad y, mirando a la cruz, acoger el don de Dios.
¡FELIZ DOMINGO! ¡FELIZ FIESTA DE LA EXALTACIÓN DE LA CRUZ!