La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Dt 30,10-14, Col 1,15-25 y Lc 10,25-37.
El pasaje evangélico, que corresponde a la parábola del buen samaritano, una de las más conocidas y preferidas de Jesús, pertenece a la materia propia del evangelio de Lucas.
1. El contexto de la parábola (v. 25-30)
Un maestro de la Ley, sin duda fariseo, se acerca a Jesús y, para ponerlo a prueba, le pregunta qué ha de hacer para heredar la vida eterna (v. 25). Jesús responde haciendo a su vez una pregunta acerca de lo que está escrito en la Ley (v. 26). Tras la respuesta del fariseo, citando las palabras de Lev 19,18 y Dt 6,5, que contienen el mandamiento de amar a Dios y al prójimo (v. 27), Jesús le dice que podrá heredar la vida eterna si ama a Dios y al prójimo (v. 28). El doctor de la Ley, queriendo justificarse, pregunta a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?» (v. 29). Para responder a su pregunta Jesús pronuncia la parábola del buen samaritano.
2. Las extrañezas del relato (v. 30-35)
Aunque desde el punto de vista de la composición literaria la parábola constituye uno de los relatos más acabados del genio creativo de Jesús, desde el punto de vista del contenido hay una serie de detalles que llaman la atención.
a) El lugar del asalto
Llama la atención el hecho de que ésta es la única parábola en la que Jesús da la ubicación precisa del suceso: En el camino que baja de Jerusalén a Jericó, la calzada romana que baja siguiendo las laderas del wadi Qelt. La mención de Jericó es digna de ser tenida en cuenta.
b) El extraño comportamiento de los ladrones
Es en verdad sorprendente el modo de actuar de los ladrones. En primer lugar, por la violencia, rayana en la saña, que emplean contra el viajero, pues le dan una paliza y lo dejan medio muerto. Por otra parte, no le roban nada, sino que solamente se dice que lo desnudaron o lo despojaron de sus vestidos (v. 30). Por otra parte, ¿por qué no asaltaron también al sacerdote y al levita?
c) El extraño comportamiento del sacerdote y del levita
Es llamativo también el comportamiento del sacerdote, que, viendo al herido, dio un rodeo sin atenderlo (v. 31). ¿Cómo un sacerdote ha podido tener un comportamiento tan inhumano cuando la Ley prescribía que había que atender hasta el animal caído de un enemigo? (cf Éx 23,4-5). ¿No demuestra ser un hombre sin corazón? Se ha querido explicar el comportamiento del sacerdote diciendo que es posible que, al ver al malherido, pensase que estaba muerto, y, que por guardar la ley de pureza ritual, no le atendiese para no contaminarse por el contacto con un cadáver (cf Lev 21,1-3). Otra explicación, más ideológica y sesgada que ha estado vigente hasta ahora, es la que dice que el sacerdote no le atendió porque quiso anteponer el culto a Dios a la caridad con el prójimo. Según esta explicación, el sacerdote representa a aquellos que viven una falsa e hipócrita espiritualidad, pues se desentienden del herido para no retrasarse en acudir al templo. Esta explicación cae por su base por el simple hecho de que en la parábola se dice que el sacerdote bajaba de Jerusalén, por tanto, no iba al templo.
Y lo mismo cabe decir del modo de actuar del levita: ¿Cómo ha podido dejar de socorrer a un hombre tan malherido? ¿Era un hombre sin entrañas? Aunque Jesús no lo explicita, todo hace pensar que el levita también bajaba de Jerusalén, pues los levitas, cuando subían al templo para el culto según los turnos, lo hacían en grupo. Si bajaba, entonces no podía excusarse en la ley de la pureza ritual de no tocar un cadáver, pues esa ley sólo obligaba a los levitas cuando subían al templo para el culto. En el malherido el levita debió de ver a alguien que no merecía su caridad.
3. El trasfondo histórico de la parábola
En 1969 el biblista francés C. Daniel ofrecía unos datos de tipo histórico que explicaban de manera convincente todas las anomalías de la parábola.
a) El hombre que bajaba a Jericó
C. Daniel hace caer en la cuenta de que en el Talmud se habla de unos «hombres de Jericó», que llevaban una vida ajustada a una estricta observancia religiosa. Estos hombres se han identificado con los esenios, una secta religiosa muy pujante en la época de Jesús. Se sabe que los esenios tenían una comunidad en Jericó, además del asentamiento principal de Qumrán. Se puede deducir, por tanto, que el hombre que bajaba a Jericó era un esenio.
b) Los ladrones
En la hipótesis de que el hombre que bajaba a Jericó era un esenio se explica también la extraña conducta de los ladrones. Por una parte, hay que tener en cuenta que en la parábola se dice que estos hombres eran unos lestai, el término griego que tanto en el vocabulario de Flavio Josefo como en el Nuevo Testamento (Mt 27,38.44; Mc 15,27: los dos crucificados con Jesús; Jn 18,40: Barrabás) más que a ladrones vulgares o salteadores de caminos (griego, kléptai) designa a los celotas, los guerrilleros que, escondidos en el desierto, hostigaban a las legiones romanas. Por Flavio Josefo y los manuscritos de Qumrán se conoce el odio que existía entre los celotas, de inspiración religiosa cercana a la doctrina de los fariseos, y los esenios. Si los ladrones son celotas puede explicarse su conducta tan despiadada con este hombre, pues los celotas odiaban a los esenios por razones políticas: Los esenios eran protegidos de Herodes el Grande, gran enemigo de los celotas. En Jerusalén algunos esenios vivían en el entorno de la corte y Herodes había abierto una puerta en la muralla para ellos conocida como «puerta de los esenios». Es probable que la expresión «los herodianos» en los evangelios sea un modo velado de referirse a los esenios (cf Mt 22,16; Mc 3,6; 12,13).
Por otra parte, se explica el detalle de que no le robasen nada, pues los esenios cuando viajaban no llevaban dinero ni otras cosas consigo, pues eran atendidos en las comunidades a las que se dirigían. Además, si le despojaron de sus vestidos pudo ser por un motivo religioso. Los esenios vestían una túnica de lino blanco, muy costoso, que los asimilaba a los sacerdotes del templo de Jerusalén. Los celotas debían de entender que vestir así era una apropiación y una profanación intolerables del sacerdocio. Hay que recordar que su nombre griego zelotai significa celosos (de los derechos de Dios). Aunque los celotas odiaban también a los saduceos por motivos políticos, pues los consideraban colaboracionistas del poder romano, sin embargo respetaban su condición de sacerdotes del templo para el culto. Pero para ellos los esenios no podían llevar las vestiduras sacerdotales. Desnudar a este hombre de sus vestidos era sin duda un modo de humillarlo.
c) El sacerdote y el levita
Si el hombre que bajaba a Jericó era un esenio, entonces puede explicarse también la conducta del sacerdote. Éste pertenecía con toda probabilidad al grupo de los saduceos, es decir, a hombres a los que en su odio los documentos esenios hallados en Qumrán llaman «intérpretes de mentira», impíos. De hecho, los esenios se habían alejado del templo de Jerusalén para no participar en su culto, que consideraban execrable. Por otra parte, los esenios se tenían a sí mismos como sacerdotes. El sacerdote de la parábola no atiende al malherido por un motivo de pureza ritual, sino porque ha visto en él a un enemigo de Dios. No atenderle, según la teología saducea, lejos de ser una falta de caridad, podía entenderla como una obra buena.
Lo dicho sobre el sacerdote cabe aplicarlo en buena medida al levita, pues lo más probable es que perteneciera también al grupo saduceo, y formara parte de los que servían en el templo, es decir, participaba de un culto que los esenios tenían por inaceptable.
d) La conducta del samaritano
Frente a la conducta tan inhumana de los celotas, del sacerdote y el levita, resalta el comportamiento del samaritano, que Jesús describe con detenimiento: Al verlo se conmovió de misericordia, se acercó, vendó sus heridas, echó en ellas aceite y vino, lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él; al día siguiente, dio al posadero dos denarios, el equivalente al jornal de dos días, y, como debía continuar su camino, se comprometió a pagarle los demás gastos a su vuelta (v. 33-35). Es claro que el samaritano era odiado por igual por fariseos, saduceos, celotas y esenios, todos eran judíos, y él odiaba por igual a todos, pues eran judíos sin etiqueta política o religiosa. Un ejemplo del odio de los judíos hacia los samaritanos aparece en Jn 8,48, donde los judíos dicen a Jesús: «¿No decimos bien nosotros que eres samaritano y que tienes un demonio?» (cf Jn 4,9).
4. El mensaje de la parábola
Si la identificación de los personajes es acertada, entonces el mensaje de la parábola adquiere un alcance nuevo y más radical de lo que parece a primera vista. El samaritano fue el único que superó el odio étnico y religioso y supo ver en el judío malherido un prójimo. Interpretada a esta luz, con la parábola Jesús quería enseñar no sólo el amor al prójimo, cualquier persona al borde del camino necesitada de ayuda, sino el amor al enemigo. Ésta es una enseñanza novedosa de Jesús, que se encuentra formulada de manera explícita en el Sermón de la montaña: «Oísteis que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos…» (Mt 5,43-44). San Pablo dice: «Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber» (Rom 12,20).
En la pregunta final que hace al doctor fariseo: «¿Quién de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» (v. 36), Jesús introduce una novedad, pues ahora el prójimo es el que muestra misericordia con el que está en necesidad. La misericordia es la que hace posible la proximidad respecto del otro. Y ante el asombro del fariseo, Jesús le invita: «Ve y haz tú lo mismo» (v. 37), es decir, despójate de tus prejuicios políticos y religiosos y, con entrañas de misericordia, aproximándote, es decir, haciéndote prójimo, atiende a tu enemigo si necesita tu ayuda.
5. La interpretación alegórica de la parábola
Esta parábola fue interpretada por algunos Padres de la Iglesia con un alcance alegórico. Así, Orígenes considera que el hombre que bajaba representa a Adán; Jerusalén, el Paraíso; Jericó, el mundo; los ladrones, las potencias enemigas, los demonios al servicio de Satanás; el sacerdote, la Ley; el levita, los Profetas; el samaritano es Cristo. La cabalgadura es el propio cuerpo de Cristo; la posada, la Iglesia, que está abierta para recibir a todos; el posadero, el responsable de administrar la Iglesia; la promesa del samaritano de volver más tarde se refiere a la segunda venida de Cristo (Homilías sobre el evangelio de Lucas 34,3).
Que María, Madre de Cristo, Buen Samaritano, nos ayude a amar y atender a nuestros enemigos.
¡FELIZ DOMINGO!