Domingo XIV del Tiempo Ordinario

Tiempo Ordinario

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Ciclo C

Festejad a Jerusalén, gozad con ella,
todos los que la amáis;
alegraos de su alegría,
los que por ella llevasteis luto;
mamaréis a sus pechos
y os saciaréis de sus consuelos,
y apuraréis las delicias
de sus ubres abundantes.

Porque así dice el Señor:
«Yo haré derivar hacia ella,
como un río, la paz,
como un torrente en crecida,
las riquezas de las naciones.

Llevarán en brazos a sus criaturas
y sobre las rodillas las acariciarán;
como a un niño a quien su madre consuela,
así os consolaré yo,
y en Jerusalén seréis consolados.

Al verlo, se alegrará vuestro corazón,
y vuestros huesos florecerán como un prado,
se manifestará a sus siervos la mano del Señor».

Aclamad al Señor, tierra entera.

 

Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.
Decid a Dios: «¡Qué temibles son tus obras!».

Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.
Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres.

Transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.
Alegrémonos en él,
que con su poder gobierna eternamente.

Los que teméis a Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica,
ni me retiró su favor.

Hermanos:

Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.

Pues lo que cuenta no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la nueva criatura.

La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre el Israel de Dios.

En adelante, que nadie me moleste, pues yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos. Amén

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:

«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.

Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.

Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.

Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles:
“El reino de Dios ha llegado a vosotros”.

Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”.

Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».

Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo:
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».

Él les dijo:
«Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno.

Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».

Concédenos, Señor, la alegría de vivir en la esperanza de que nuestros nombres están escritos en el libro de la vida

La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Is 66,10-14, Gál 6,14-18 y Lc 10,1-12.17-20. El pasaje del evangelio, que tiene paralelos muy estrechos con la misión de los Doce en Mt 10,1-15, Mc 6,7-13 y Lc 9,1-6, recoge el envío por parte de Jesús de setenta y dos discípulos, y es propio de Lc.

 

1. La elección y el número de enviados

a) Designó otros setenta y dos
Después de la elección y envío de los Doce, Jesús designa a otros setenta y dos para enviarlos a predicar la llegada del Reino de Dios. ¿Por qué setenta y dos? Parece que así como el número doce representa, de modo simbólico, a Israel con sus doce tribus, setenta y dos (6 por 12) es el número que, de manera simbólica, representa a las naciones paganas (cf Gén 10, según la versión griega de los LXX). El evangelio del Reino abarca a todas las naciones. Por otra parte, setenta es el número de los ancianos elegidos por Moisés para que le ayuden (cf Éx 24,1).

b) Los envió de dos en dos
Con el envío de los setenta y dos Jesús da un paso adelante en su propósito de hacer llegar el anuncio del Reino a otros lugares adonde quería ir. Es importante recordar que para comprender lo que representa la persona enviada (griego, apóstolos), hay que tener en cuenta la figura jurídica del shaliaj, es decir, la persona que representaba al que lo enviaba con todas sus atribuciones. El principio jurídico judío que sustentaba estos poderes era que el shaliaj de un hombre es como el que le envía (Berakot 5,5). Jesús, por tanto, envía a los setenta y dos con su misma autoridad y poder.

Los envía de dos en dos porque era la tradición entre los judíos (cf Lc 7,18; Jn 1,37). Esa fue la costumbre que siguieron también los Apóstoles: Pedro y Juan (Hch 3,1; 8,14), y los primeros evangelizadores cristianos, como san Pablo y san Bernabé (cf Hch 13,1), san Bernabé y san Marcos (cf Hch 15,39), san Pablo y Silas (cf Hch 15,40). Pero además hay que tener en cuenta que Jesús había elegido como Apóstoles a dos parejas de hermanos (cf Mc 1,16-20). Se puede entender que si los envía de dos en dos es porque desea que entre ellos se conserve ese espíritu de fraternidad original.

Por otra parte, ir juntos dos evitaba ciertos riesgos que se corrían yendo uno solo. No sólo los peligros físicos, como asaltos de ladrones, malos tratos, injurias, vejaciones, sino sobre todo cuando llegase el cansancio o el desfallecimiento, para que uno fuera descanso para el otro; cuando apareciese el desánimo o el desaliento, para que uno pudiera encontrar el ánimo en el otro; cuando llegaran momentos de debilidad, para que uno fuera fortaleza para el otro; cuando hiciera mella el sufrimiento, para que uno hiciera de bálsamo y consuelo para el otro; cuando el temor o la cobardía les atenazara, para que uno infundiera valentía al otro. Ellos debían ser, el uno para el otro, la ayuda adecuada. Siendo dos, como el alma y el cuerpo, debían ser una sola cosa. También para que se ayudasen a vivir la fidelidad a la memoria del Maestro y la perseverancia en la misión. Para que disfrutaran juntos de la alegría del Reino que se manifestaba por medio de su predicación. Y los envía de dos en dos para que uno a otro se recuerden que el mensaje que han de predicar se sostiene sobre dos pilares: el amor a Dios y el amor al prójimo.

 

2. Los dichos de Jesús para el envío

En el momento del envío Jesús les dirige unas palabras que resuenan a un verdadero programa de vida.

a) La abundancia de la mies (v. 2; cf Mt 9,37-38)
Jesús identifica la tarea de los discípulos con la siega de una cosecha (cf Jn 4,35-38), pero les previene de que la mies es tan abundante que la tarea sobrepasa los esfuerzos de sus pobres manos. Necesitarán ayuda; pero esa ayuda no dependerá de que ellos la busquen, sino que tendrán que pedirla como un don de Dios, que es el dueño de la mies. Su trabajo generoso deberá ir acompañado de la súplica confiada. Dios proveerá de otras manos.

b) Como corderos entre lobos (v. 3; cf Mt 10,16)
El segundo dicho de Jesús pone al descubierto la clara conciencia que tenía de la extrema debilidad de sus discípulos y de la inferioridad de condiciones y la indefensión en que tendrán que llevar a cabo su misión. Ellos son corderos (Mt: ovejas) de su rebaño, y las gentes a las que los envía son como lobos rapaces, hostiles y amenazantes. Pero no deberán tener ningún miedo. Su debilidad es más fuerte que la ferocidad de los lobos, pues llevan consigo el poder y la autoridad de Jesús. Ellos son corderos y no deben caer en la tentación de convertirse en lobos. En su debilidad deben poner la confianza en la fuerza de su Pastor, haciendo suyas las palabras del Sal 23,4-5: «Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan».

c) Una forma de vida paradójica y radical (v. 4)
Jesús ordena a sus discípulos que lleven a cabo la misión de una manera sorprendente, pero que recuerda su propio modo de vida, pues el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza (cf Mt 8,20). Es importante tener en cuenta que Jesús no les recomienda o aconseja que lleven la misión en las condiciones que siguen, sino que les ordena hacerlo de ese modo. No se trata de un simple consejo, sino de un mandato: «No llevéis».

  • No deben llevar bolsa (para guardar dinero) (griego, ballántion) ni alforja de provisiones (griego, péras). Se trataba por lo general de bolsas de cuero, para llevar comida u otras cosas que se preveían para el viaje (cf Judit 10,5). Llevar alforja supondría la previsión de que tendrían algo que guardar. Los enviados de Jesús no tienen necesidad de ninguna provisión. Deben caminar libres de equipaje.
    Aunque no lo dice de manera explícita ni siquiera les permite llevar un bastón  (griego, rábdos), que podría servirles de ayuda para el camino y de defensa ante la presencia de animales hostiles. Es interesante notar que, según Mt 13,10 y Lc 9,2, Jesús también les había prohibido llevar un bastón. No importa no llevar bastón, pues les protegen la vara y el cayado del Buen Pastor.
  • Deben ir descalzos, pues tampoco pueden llevar sandalias. Caminar sin sandalias ha de ser otro signo de la vulnerabilidad de sus discípulos, a la vez que de su prontitud para ponerse en camino.
  • A la cosas que no deben hacer Jesús añade algo que a primera vista puede parecer una descortesía o una falta de educación: «No saludéis a nadie por el camino». Sin embargo, conociendo las costumbres de Oriente, donde el saludo no consiste en una simple palabra, sino que supone detenerse en una larga conversación, el mandato de Jesús se explica bien: «La urgencia por anunciar el Reino no os permite entreteneros en largas (e inútiles) charlas» (cf 2Re 4,29).
  • Además, el saludo deben guardarlo para cuando entren en las casas: «La paz a esta casa» (v. 5). La paz no es la mera ausencia de conflictos o discordias, sino el deseo de una felicidad plena, que se obtiene como don de Dios. En la frase «si hay gente de paz» (v. 6) se encierra un semitismo, pues literalmente dice «si hay un hijo de paz», es decir, alguien digno de la paz.
  • Deben permanecer en la casa en la que sus gentes les abran las puertas, comiendo y bebiendo de manera agradecida (v. 7), y con la conciencia de que lo que comen se lo han merecido por el trabajo realizado y por el don que ellos han llevado a esa casa con el Reino de Dios. Por otra parte, se puede entender que la idea de Jesús es sin duda que así podrán crear lazos afectivos más fuertes y formar de ese modo comunidades estables de amigos del Reino. Allí donde entra el Reino de Dios se crean verdaderas familias. Por eso les pide que no cambien de casa en casa.
  • De igual modo deben actuar en las ciudades en las que entren (v. 8). Allí deben recibir lo que les ofrezcan, y ellos a su vez deben dar de lo que tienen: Curar a los enfermos y anunciar la llegada del Reino.
  • Sin embargo, de las ciudades que los rechacen deben marcharse cuanto antes, saliendo a sus plazas y sacudiéndose el polvo de debajo de los pies. Con este gesto deben manifestar la ruptura absoluta de toda relación sin posibilidad de volver de nuevo y dejando a esa ciudad la responsabilidad de su culpa ante el día del juicio, que será para ella más duro que incluso para Sodoma y Gomorra (cf Mt 10,15), pues han cerrado su puerta a los mensajeros del Reino.

 

3. La alegría de la misión (v. 17-20)

Después de darles Jesús estas instrucciones, los setenta y dos marchan en misión y vuelven llenos de gran alegría por los resultados obtenidos: Hasta los demonios se les sometían en su nombre (v. 17). El nombre quiere dar a entender el poder asociado a la persona de Jesús. Esta noticia no extraña a Jesús, pues les confiesa que había «visto» a Satanás, el príncipe de los demonios, caer del cielo, es decir, que ha sido derrotado por los exorcismos de sus discípulos (v. 18), como una prolongación de sus propios exorcismos. Jesús les asegura que lo que habían hecho era en virtud del poder que les había dado de «pisotear serpientes y dragones» (v.19a), animales que, en la mentalidad bíblica, representan toda clase de males perniciosos (cf Dt 8,15). Los setenta y dos han recibido además el poder sobre el Enemigo, que es otro nombre para designar a Satanás, y nada les hará daño (v. 19b). Según Mc 16,17-18, Jesús resucitado dice a los Once que los que crean «echarán demonios en su nombre…, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará daño». Sin embargo, Jesús aclara a los setenta y dos que la razón de su alegría debe ser no el que puedan expulsar los demonios en su nombre, sino que, por haberse entregado al anuncio del Reino, sus nombres están escritos en los cielos (v. 20). Al usar el tiempo verbal de perfecto san Lucas quiere decir: «Vuestros nombres están escritos (para siempre y nunca serán borrados)». Y la formulación de esas palabras deja entender que el sujeto es Dios: «Dios ha escrito vuestros nombres…» Con sus palabras Jesús trae sin duda a la memoria de sus discípulos la idea del libro de la vida, una imagen que tiene un largo recorrido bíblico. Aparece por primera vez en Éx 32,32-33, y es frecuente en los Salmos (69,28; 56,9; 87,6) y en los profetas (Is 4,3; 34,16; Dan 12,1; Mal 3,16-17). En el Nuevo Testamento aparece en Flp 4,3; Apo 3,5; 5,8. Los setenta y dos deben sentirse felices por el gran don que Dios les concede: estar registrados como ciudadanos de pleno derecho en el Reino de los cielos, en la nueva Jerusalén.

 

Que María, Reina de los Apóstoles, nos alcance la gracia de llevar una forma de vida paradójica y radical que haga presente el Reino de Dios en el mundo.
¡FELIZ DOMINGO!

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