La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Hch 12,1-11, 2Tim 4,6-8.17-18 y Mt 16,13-19. La primera parte del pasaje de Mt, la pregunta acerca de quién es Jesús (v. 13-16), tiene paralelos en Mc 8,27-30 y Lc 9,18-21. La segunda parte, en cambio, conocida como la concesión del primado a Pedro (v. 17-20), es propia de Mt.
1. El escenario del suceso
El acontecimiento está localizado en la región de Cesarea de Filipo. Se trata de un lugar situado al norte de Galilea, en las estribaciones del monte Hermón, junto a las fuentes del Jordán. Cesarea de Filipo estaba enclavada en la antigua Panias, una ciudad helenística cuyo nombre derivaba del dios Pan, al que se daba culto en una cueva cercana ya desde el siglo III a. C. El año 20 a. C. fue cedida por el emperador Augusto a Herodes el Grande, quien construyó un magnífico templo de mármol para el culto al emperador. Años más tarde, muerto Herodes, su hijo el tetrarca Filipo le cambió el nombre por el de Cesarea, en honor de Augusto. El lugar era especialmente rocoso, lo que conviene bien con la posterior declaración de Jesús acerca del primado a Pedro.
2. Las preguntas acerca de la identidad de Jesús (v. 13-16)
a) La opinión de la gente
A diferencia de Mc 8,27, que sitúa la pregunta de Jesús en el camino hacia la ciudad, y de Lc 9,18, que no tiene una localización concreta, sino en un momento de oración de Jesús, Mt la sitúa a la llegada de las cercanías de la ciudad (v. 13). La pregunta está hecha por medio de un juego de palabras en arameo: «¿Quién dicen (los hijos de) los hombres que es el Hijo del hombre?» (v. 13). Mc 8,27 y Lc 9,18, en cambio, lo expresan con «¿quién dicen que soy yo?». Los discípulos contestan conforme a lo que han podido oír entre las gentes (v. 14). Y su respuesta pone de relieve la variedad de opiniones que Jesús ha suscitado, aunque todas tienen un punto en común: Todos lo identifican con un profeta. Unos lo identifican con Juan el Bautista, lo que supone que la gente considera que Juan es un profeta (cf Mt 21,26). Considerar que Jesús es Juan redivivo puede parecer extraño, pero hay que recordar que en Mt 14,2 se dice que Herodes Antipas creía que Jesús era Juan que había vuelto a la vida (en Mc 6,14 y Lc 9,7 se trata de la opinión de la gente). Otros pensaban que Jesús era Elías, del que se creía que, tras ser arrebatado al cielo en un carro de fuego (cf 2Re 2,11), volvería al fin del tiempo, conforme a la profecía de Mal 3,23, y precedería al Mesías. En tiempo de Jesús esta creencia seguía muy viva entre la gente (cf Mt 17,10-13). Jesús mismo dirá que Juan el Bautista personifica a Elías (cf Mt 17,13). Otros piensan que Jesús es Jeremías. La mención de Jeremías es propia de Mt, y resulta un tanto sorprendente, pues no hay datos que vinculen a Jeremías con el Mesías. Es posible, sin embargo, que la gente haya visto en el modo de vida de Jesús y en su predicación rasgos que lo asemejaban a Jeremías. Es importante recordar que el acontecimiento mesiánico de la purificación del templo es interpretado por Jesús a luz de Jer 7,11. Finalmente, hay quienes ven en Jesús un profeta sin especificar de quién se trataría.
b) La confesión de Pedro
Jesús no se contenta con la opinión que tiene la gente, sino que le interesa sobre todo la de sus discípulos, por eso a continuación lanza otra pregunta que es como un dardo al corazón de los discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 15). Como en otras ocasiones, Pedro se adelanta para tomar la palabra y responder en nombre de los demás con una doble confesión: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios» (v. 16). El primer título refleja la gran esperanza que animaba la fe de los piadosos de Israel, representados, por ejemplo, por personajes como Simeón (cf Lc 2,28-32). La llegada del Mesías (hebreo, mashiaj, Ungido) polarizaba las expectativas del pueblo de Israel. Pedro añade un segundo título con el que confiesa a Jesús como Hijo del Dios viviente. La filiación divina de Jesús había aparecido ya a lo largo del evangelio de Mateo, tanto como cumplimiento de las antiguas profecías (Mt 2,15=Os 11,1: «De Egipto llamé a mi Hijo»), como en labios del Padre (Mt 3,17: «Éste es mi Hijo amado»), y del propio Jesús (Mt 11,25-27: «Te doy gracias, Padre»). La expresión que usa Pedro «Dios viviente» define muy bien el ser de Dios, que tiene vida y da vida, frente a los dioses falsos, que no tienen vida, están muertos (cf Sal 115,4-6; 135,16).
3. La bienaventuranza de Pedro (v. 17-20)
Jesús acoge la confesión de Pedro y responde con una bienaventuranza. Jesús da a conocer a Pedro que, aunque él no sea consciente, la confesión que acaba de hacer no ha sido por obra de su conocimiento humano, como explicita la expresión de origen semítico «carne y sangre», sino por revelación de Dios. Pedro ha sido objeto de un privilegio muy especial por parte de Dios. Pedro es bienaventurado porque se ha hecho portavoz de una revelación de Dios. Pedro es además bienaventurado por lo que Jesús le anuncia a continuación.
a) El nuevo nombre
Conforme a un modo de actuar de Dios en el Antiguo Testamento, que cambia el nombre de las personas para significar una nueva tarea o misión (Gén 17,5), Jesús, al dirigirse a Simón con el nuevo nombre de Pedro, le da a conocer la nueva misión que le encomienda. El nombre de Pedro, en griego pétros, tiene su equivalente en el arameo kefa’ (trasladado al griego como Kefas), que significa piedra o roca. El uso que hace Jesús de esta imagen quiere transmitir, por una parte, la idea de solidez, seguridad, fortaleza, resistencia, y, por otra, de permanencia, durabilidad, pensando en lo que dirá a continuación: «Sobre esta roca edificaré mi Iglesia» (v. 18). En Pedro Jesús ha dotado a su Iglesia de un cimiento firme y duradero. De hecho, las puertas del infierno (griego, Hades) no podrán derrotarla. El Hades, que representa el imperio y el poder de la muerte y del mal, no podrá vencer a la Iglesia de Jesús, que, edificada sobre Pedro, es indestructible. Aunque la Iglesia tendrá que pasar por toda clase de pruebas y persecuciones por parte de sus enemigos (cf Mt 10 16-25), no será destruida jamás.
b) La autoridad de Pedro
Como el Hades, casa y morada de los muertos, tiene puertas y llaves, señal de poder, también el Reino de Dios, morada de la vida, tiene puertas y llaves. Jesús da a Pedro las llaves del Reino para abrir y cerrar, es decir, le concede la autoridad para dar paso o negarlo a través de la Iglesia. La autoridad que Jesús da a Pedro está expresada por medio de la imagen de atar y desatar (v. 19). Estos dos verbos son usados en el judaísmo rabínico, en contextos de decisiones disciplinares, para hablar de la excomunión o expulsión de la sinagoga (atar) a la que se condena a alguien o de su absolución (desatar). En otras ocasiones, en contextos doctrinales, atar y desatar se emplean con el sentido de prohibir o permitir. En el tiempo de Jesús había dos grandes rabinos: Shammay, que tenía fama de ser más riguroso, y Hillel, que era más permisivo. En los escritos rabínicos es frecuente encontrar este dicho: «Lo que Shammay ata (prohíbe), Hillel lo desata (permite)». Es importante destacar que Jesús dice a Pedro que lo que «ate será atado» y lo que «desate será desatado«, usando la fórmula de la pasiva divina. Con ello Jesús está diciendo que Dios hace suyas, refrenda con su autoridad, las decisiones de Pedro. La Iglesia católica ha entendido desde siempre que esta prerrogativa no se le concedía sólo a Pedro sino también a sus sucesores en adelante. No se trata de un don a la persona de Pedro, sino de un don con el que Jesús quería dotar a la Iglesia en la persona de Pedro y, por tanto, en sus sucesores. Muerto Pedro, la Iglesia habría de continuar, y no podía quedarse sin el poder y la autoridad de atar y desatar. De hecho, Mt 18,18 recuerda que Jesús confirió también a los Doce la potestad de atar y desatar con carácter disciplinar.
Que María, Madre de la Iglesia, interceda para que el Papa, sucesor de Pedro, nos guíe con fidelidad y santidad.
¡FELIZ DOMINGO!