Después de la celebración de la Solemnidad de la Santísima Trinidad, la Iglesia celebra en este Domingo otra gran fiesta: el Corpus Christi, la fiesta que proclama la presencia real de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía.
La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Gén 14,18-20, 1Cor 11,23-26 y Lc 9,11b-17. El pasaje del Génesis narra el encuentro entre Abrahán y Melquisedec, rey y sacerdote, que ofrece al patriarca pan y vino, anticipo de la Eucaristía. El pasaje de 1Cor contiene el relato paulino de la institución de la Eucaristía. Lc 9,11b-17 narra el milagro de la multiplicación de los panes.
1. El contexto del milagro
El milagro de la multiplicación de los panes es narrado por los cuatro evangelistas (Mt 14,13-21; Mc 6,30-44; Lc 9,12-17; Jn 6,1-13), y dos de ellos, Mateo y Marcos, narran una segunda multiplicación (Mt 15,32-39; Mc 8,1-10). El pasaje escogido por la liturgia en esta ocasión, que corresponde a la que se suele llamar «la primera multiplicación», está tomado del evangelio de san Lucas (9,11b-17). Comparado con los demás relatos, éste es el más sencillo y sobrio, pues deja de lado algunos detalles que conocemos sobre todo por los relatos de Mc 6,30-44 y Jn 6,1-13. El hecho de que la doble multiplicación de los panes haya sido narrada seis veces pone de manifiesto la importancia que debió de tener este milagro para los primeros cristianos, y el impacto tan desconcertante que debió de causar en los numerosos testigos de los sucesos.
a) La acogida de Jesús (v. 11b)
San Lucas comienza el relato diciendo que Jesús acogía a la gente, les hablaba del Reino de Dios y curaba a los enfermos (v. 11b). Es importante notar aquí varias cosas. En primer lugar, el detalle de que Jesús acogía a la gente. Lo hacía abiertamente, un gesto que pone en evidencia el modo personal de hacer las cosas por parte de Jesús. Acoger significa hacer suyo, recibir a alguien como lo más querido, meter a alguien dentro del corazón, con entrañas de misericordia. Esto es lo que hace Jesús con aquellas gentes, algunas de las cuales están muy necesitadas. Es significativo que Mc 6,34 resalte que a Jesús se le removían las entrañas de misericordia. En segundo lugar, destaca la unión que establece Jesús entre la predicación del Reino y las curaciones que realiza. Esto quiere decir con toda certeza que a los ojos de Jesús el Reino de Dios se manifiesta de dos modos: mediante la predicación con la palabra y mediante las acciones poderosas de los milagros. Los milagros son signos, es decir, son las obras que muestran la presencia del Reino de Dios en medio de los hombres. Sobre todo, los milagros son la manifestación del poder de perdonar los pecados que Jesús posee. El Reino de Dios es la irrupción de la misericordia de Dios, de su perdón, entre los hombres. Es importante notar que Jesús recordará estos dos aspectos en el Padrenuestro unidos: «Venga a nosotros tu Reino…, perdona nuestras ofensas».
b) El momento del milagro (v. 12a)
«El día había comenzado a declinar». La tarde cobra una importancia decisiva en determinadas intervenciones de Jesús. A veces es el momento del reposo o del descanso (cf Mc 4,35), el momento de las confidencias de Jesús con los suyos (cf Mc 6,31), o el momento de retirarse para la oración con el Padre (cf Lc 6,12). Pero otras veces es también un momento crucial para seguir actuando, haciendo intervenir el Reino de Dios en la vida de los hombres. En esta ocasión será mediante el milagro sobre los panes y los peces. Aunque la tarde es el momento propio del reposo, hay ocasiones en que Jesús no se da tregua ni descanso: también ahora, este momento de la tarde es tiempo de salvación. Jesús quiere aprovechar hasta los últimos instantes del día para traer la salvación a todos los que la están esperando con verdadera hambre (cf Mc 1,32-34). El don de la Eucaristía en Emaús sucederá precisamente cuando atardecía y el día estaba declinando (cf Lc 24,29).
c) La petición de Jesús a los Doce (v. 13)
«Dadles vosotros de comer». En un primer momento Jesús quiere valerse de la mediación de sus discípulos: que ellos den a la gente el pan necesario para reparar las fuerzas gastadas. En las palabras de Jesús se pueden entender también varias cosas. En primer lugar, Jesús quiere recordar a sus discípulos que ellos deben tener la preocupación de atender las necesidades de aquellos que se les han encomendado; que deben cuidar de los suyos como verdaderos pastores, solícitos por buscar el sustento para sus ovejas. O también para que cuiden de manera especial de los más pobres y desvalidos, a los que habrán de tener en su corazón (cf Mc 6,34; 8,2-3). Jesús les enseña con su propio ejemplo la solicitud y el cuidado de los que acuden a ellos.
d) La impotencia de los Apóstoles (v. 13)
Ante la petición de Jesús, los Doce responden con unas palabras que ponen de manifiesto su pobre incapacidad para hacer frente a una situación tan insólita: No tienen más que cinco panes y dos peces para dar de comer a ¡cinco mil hombres! (v. 14). Tendrían que ir a comprar el pan, pero ¿de dónde sacarían el dinero suficiente (según Mc 6,37, doscientos denarios) para dar de comer a esa inmensa multitud? Y, aunque tuviesen el dinero, ¿qué panadero podría proporcionarles tantos panes? Los Apóstoles se encuentran en un callejón sin salida, y con sus palabras no hacen sino poner de manifiesto con tristeza su incapacidad para cumplir el mandato de Jesús. Y queda en el aire como un interrogante de preocupación: ¿qué será de esta gente desfallecida?
2. Los gestos de Jesús, anticipo de la Eucaristía (v. 16)
Entonces, cuando todo parece perdido, Jesús, de forma inesperada y sorprendente, toma la iniciativa. Primero, manda a los discípulos que ordenen a la gente sentarse en grupos de cincuenta, y así lo hacen (v. 14a-15). Luego, cuando todos estaban acomodados, y con la expectación que es de suponer, Jesús lleva a cabo una serie de gestos: «Tomó los cinco panes y los dos peces, y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos». Esta acción de levantar los ojos al cielo era familiar en Jesús cuando se disponía a orar al Padre o a realizar una obra prodigiosa. Así sucede en Mc 7,34, en el momento que Jesús va a realizar la curación de un sordomudo. También en Jn 11,41 cuando Jesús está a punto de resucitar a Lázaro; y en Jn 17,1, el instante en que ora al Padre antes de ser entregado. Al contrario de los rabinos, que enseñaban que el que ora debía tener sus ojos bajos, clavados en el suelo, y el corazón levantado al cielo, Jesús enseña que hay que orar con la mirada puesta en Dios. Conforme a la enseñanza rabínica, contenida en la Mishnah, era costumbre entre los piadosos israelitas recitar una fórmula de bendición antes de tomar cualquier alimento: «Bendito seas, Señor, Dios nuestro, rey del mundo, que haces que la tierra produzca el pan» (Berakot 6,1).
Luego, Jesús con sus manos partió el pan. Eran panes en forma de tortas delgadas y duras, que solían partirse fácilmente con las manos y distribuirse en esta forma por el padre de familia o por el que presidía los banquetes entre los comensales. Los trozos de pan y de peces iban multiplicándose en las manos de Jesús mientras los repartía a sus discípulos, y ellos los iban distribuyendo entre la muchedumbre. Este milagro era una prefiguración y un anticipo del milagro de la Eucaristía. Si se compara este texto con Mt 26,26 se puede apreciar la semejanza en el vocabulario al hablar de los gestos de Jesús en la celebración de la Última Cena: «Tomó el pan y, habiéndolo bendecido, lo partió y lo entregó a los discípulos» (cf Mc 14,22; Lc 22,19; 1Cor 11,23-24). En la cena con los de Emaús Jesús realizará los mismos gestos, que servirán a los dos discípulos como los signos que les recuerdan la noche de la Última Cena (cf Lc 24,30-31). Por otra parte, es digno de tenerse en cuenta que san Juan une el relato de la multiplicación de los panes con el discurso del pan de vida, donde Jesús habla de la promesa de la Eucaristía (Jn 6). Los primeros cristianos, como se puede contemplar en las pinturas de las catacumbas, vieron en este milagro una figura del sacramento de la Eucaristía. Por esta razón, los primeros cristianos, y toda la Iglesia después, llamaron al misterio de la Eucaristía la fractio panis, la fracción del pan. Así aparece en Hch 2,42, donde se dice que la primera comunidad cristiana frecuentaba la enseñanza de los Apóstoles, la comunión de bienes, la fracción del pan (Eucaristía) y la oración.
El último gesto que realiza Jesús es el de entregar los trozos del pan y los peces a sus discípulos, que a su vez los distribuían a la gente. El detalle de que Jesús entregaba a los discípulos los trozos de pan y de pez para hacerlos llegar a las gentes quiere decir que a ellos se les ha encomendado una vocación, una tarea y un servicio específicos: los que fueron distribuidores en ese momento del pan milagroso serán instituidos más tarde como los dispensadores de los misterios de Dios (cf 1 Cor 4,1), de entre los cuales sobresale la Eucaristía. Jesús los estaba preparando para que fuesen los continuadores de su obra de salvación por medio de los sacramentos.
La multitud comió y quedó saciada (v. 17a), detalle que quiere poner de relieve que la Eucaristía, el pan de Cristo, es la única comida que puede saciar el hambre del hombre. Después de comer el pan milagroso, figura de la Eucaristía, la gente, recuperadas las fuerzas, puede volver a sus casas. Así puede entenderse que desde antiguo la Eucaristía haya sido llamada la comida de los caminantes, según la Secuencia de L. Perosi: Ecce panis angelorum, factus cibus viatorum, «he aquí el pan de los ángeles, hecho comida de los caminantes». Al recibir la Eucaristía los cristianos, peregrinos de la esperanza, recobran las fuerzas para seguir caminando hacia la vida eterna. Cristo se ha quedado en la Eucaristía para acompañarnos en el peregrinar de la vida. La Eucaristía es el pan que, en figura, Dios le ofreció a Elías en desierto para continuar su camino y su misión profética: «Levántate y come, pues el camino que te queda es muy largo» (1Re 19,8).
Los discípulos recogieron los trozos que habían sobrado (v. 17b), pues con Jesús todo es superabundancia. La palabra trozo o pedazo es en griego klasma, que es la que utiliza la Didajé IX,3.4 para referirse al pan de la Eucaristía. Y se llenaron doce doce cestos (v. 17b). Doce es, sin duda, un número simbólico que alude a los Apóstoles en cuanto a la totalidad y universalidad de la Iglesia.
Que María, la Madre de Cristo Eucaristía, nos ayude para que nuestra vida sea en verdad eucarística.
¡FELIZ FIESTA DEL CORPUS!