Domingo XXX del Tiempo Ordinario

Tiempo Ordinario

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Ciclo B

Esto dice el Señor:

«Gritad de alegría por Jacob,
regocijaos por la flor de los pueblos;
proclamad, alabad y decid:
“¡El Señor ha salvado a su pueblo,
ha salvado al resto de Israel!”.

Los traeré del país del norte,
los reuniré de los confines de la tierra.

Entre ellos habrá ciegos y cojos,
lo mismo preñadas que paridas:
volverá una enorme multitud.

Vendrán todos llorando
y yo los guiaré entre consuelos;
los llevaré a torrentes de agua,
por camino llano, sin tropiezos.

Seré un padre para Israel,
Efraín será mi primogénito».

El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.

Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.

Recoge, Señor, a nuestros cautivos
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.

Todo sumo sacerdote, escogido de entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados.

Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, porque también él está sujeto a debilidad.

A causa de ella, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo.

Nadie puede arrogarse este honor sino el que es llamado por Dios, como en el caso de Aarón.

Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino que la recibió de aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy»; o, como dice en otro pasaje: «Tú eres sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec».

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
«Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí».

Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más:
«Hijo de David, ten compasión de mí».

Jesús se detuvo y dijo:
«Llamadlo».

Llamaron al ciego, diciéndole:
«Ánimo, levántate, que te llama».

Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.

Jesús le dijo:
«¿Qué quieres que te haga?».

El ciego le contestó:
«“Rabbuní”, que recobre la vista».

Jesús le dijo:
«Anda, tu fe te ha salvado».

Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Danos, Señor, unos ojos nuevos para seguirte en una vida nueva

La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Jer 31,7-9, Heb 5,1-6 y Mc 10,46-52. El relato de Marcos tiene paralelos en Mt 20,29-34, que habla de dos ciegos, y Lc 18,35-43.

 

1. La ciudad de Jericó

Después del incidente con los hermanos Zebedeos y de la enseñanza de Jesús sobre quién es el mayor, Marcos da la indicación de que llegan a Jericó (v. 46). Esta ciudad era muy conocida en el Antiguo Testamento por ser lugar de paso de Transjordania a Canaán, y destacó por ser la ciudad conquistada por Josué tras la salida de Egipto (cf Jos 6) y el lugar en cuyos alrededores sucedió la ascensión del profeta Elías (cf 2Re 2). Jericó estaba situada a siete kilómetros del Jordán y a unos treinta kilómetros al nordeste de Jerusalén. Era punto de encuentro de los caminos que seguían los peregrinos que venían tanto del norte, siguiendo el curso del Jordán, como del este, de Transjordania. Era la última etapa del camino hacia Jerusalén. Estaba situada a 250 metros bajo el nivel del mar, en una llanura fértil, conocida por ello como «la ciudad de las palmeras» (cf Dt 34,3; Jue 1,16). Este enclave fue abandonado en tiempos de la invasión babilónica y luego repoblada tras el exilio (cf Neh 7,36). En tiempos del Nuevo Testamento era una ciudad reconstruida por Herodes a 1 kilómetro al sur de la ciudad antigua, donde había construido un magnífico palacio de invierno. Era una ciudad próspera, donde vivía Zaqueo, jefe de publicanos (Lc 29,1-10). Desde el punto de vista etimológico Jericó se relaciona con el sustantivo hebreo yaréaj, que significa luna.

 

2. El personaje de Bartimeo

Marcos no dice nada de lo que Jesús pudo hacer en Jericó, pero precisa que, al salir de la ciudad, un tal Bartimeo le suplicó que lo curara de su ceguera. Marcos da una descripción detallada del personaje: se trata de un mendigo, que es ciego, y está sentado en el camino. La situación de este hombre era dolorosa por un doble motivo: en ese tiempo en Israel un ciego estaba abocado a la mendicidad. El nombre Bartimeo, en griego, Bartimaios, puede explicarse a partir de varias posibilidades: a) Como un compuesto del arameo Bar Timai, «hijo de Timai»; b) Bar Tame, «hijo de lo impuro»; c) Bar Timé, compuesto del arameo Bar y del griego Timé, «hijo de la honra». Hay que recordar que Timeo es uno de los Diálogos de Platón. El hecho de que Marcos dé el nombre del ciego puede deberse a que era conocido en la comunidad de Jerusalén, como sucedía con Simón de Cirene y sus hijos Rufo y Alejandro (cf Mc 15,21). Estaba sentado en el camino, con toda probabilidad junto a la puerta de la ciudad, lugar de paso y de confluencia de mucha gente, que entraba y salía.

 

3. El grito de un deseo

Entre el tumulto de la gente el ciego oye que Jesús pasa a su lado. Y se dirige a Jesús con un grito que le brota desde lo más hondo del alma: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (v. 47). «Hijo de David» es un título mesiánico, que aparece ya en la literatura judía precristiana (Salmos de Salomón 17,21). Un título que encaja con las palabras de Gabriel a María en Nazaret sobre Jesús: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1,32). Con su grito el ciego estaba haciendo una profesión de fe en Jesús como Mesías, pues del Mesías se esperaba que abriría los ojos a los ciegos (cf. Is 42,7). Y a continuación lo llama por su nombre propio, «Jesús», desvelando de ese modo lo que significa el nombre: «Yahveh ayuda», o salva. En Jesús el ciego ha puesto su esperanza, porque sólo en Él encuentra su ayuda: «¡Ten compasión de mí!» (griego, eléeson me). Es importante tener en cuenta que limosna es en griego eleemosyne, un sustantivo derivado del verbo eleáo. El ciego pedía a la gente una limosna, una ayuda para subsistir; a Jesús, en cambio, le grita la compasión, que le era más necesaria, y que nadie le podía ofrecer. La reacción de la gente, molesta por sus gritos, arrogándose de forma indebida quizá la autoridad de Jesús, es la de recriminarle e increparle para que se calle. Pero Bartimeo gritaba de modo más fuerte e insistente: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Un grito que es una oración desgarrada. Sin pretenderlo, Bartimeo, un ciego mendigo, se ha convertido en un maestro de oración. Su grito ha pasado a ser la oración de muchas generaciones de cristianos que, como el Peregrino Ruso, conscientes de su pobreza, no dejan de rezarla cada día.

 

4. La curación, gesto de la compasión de Jesús

Frente a la actitud displicente de la multitud, Jesús se detiene y manda llamar al ciego. Y los que antes le recriminaban su actitud de súplica, ahora, por la autoridad de Jesús, le suplican y le animan a acercarse al Maestro: «Levántate, te llama» (v. 49). Ante la llamada de Jesús el ciego reacciona como impulsado por un resorte: arroja el manto y da un salto hacia Jesús (v. 50). Arrojar el manto hay que entenderlo no en el sentido de quitárselo y tirarlo, sino que con toda probabilidad se trataba del manto que tenía extendido en el suelo para recoger las monedas que le echaban. Con ese gesto daba a conocer que se desprendía de lo que había recogido esa jornada. Había sido llamado por Jesús, todo lo demás, incluido el dinero para la subsistencia, pasaba a un segundo plano. Un gesto de gran libertad. Abandona el manto, signo de su vida actual, para apegarse a Jesús y comenzar una nueva vida. Por otra parte, dar un salto significa la prontitud con que responde a la llamada de Jesús, a quien se acerca lleno de confianza y alegría. A la pregunta de Jesús: «¿Qué quieres que te haga?», el ciego contesta: «Rabbouní, que vea» (v. 51). Rabbouní es una forma intensiva de Rabbí, señor mío, una muestra de intenso respeto. Es interesante notar que Marcos para el verbo ver utiliza el griego anablépo, que puede traducirse por «recobrar la vista», «ver de nuevo» (cf Tob 14,2; Mt 11,5). Este detalle podría significar que Bartimeo no era ciego de nacimiento, sino que, por enfermedad u otro motivo, habría perdido la vista en algún momento. Esto hacía que su situación fuera más dramática, pues es más doloroso perder lo que se tiene que echar en falta lo que no se tiene. Parece evidente que es más intenso el dolor de unos padres que han perdido un hijo que el de quienes no lo han tenido. El efecto de la súplica del ciego es inmediato. Jesús, sin necesidad de hacer ningún otro gesto, lo despide diciendo: «Vete, tu fe te ha salvado» (v. 52). En las palabras de Jesús hay que subrayar dos cosas. Por una parte, que Jesús pone el énfasis en la fe que el ciego ha puesto en Él desde el principio. Una fe muy semejante a la de la hemorroísa, pues Jesús le dirige las mismas palabras (cf Mc 5,34). Por otra parte, Jesús no dice que su fe le ha curado, sino que le ha salvado, dando a entender que la fe le ha reportado un bien que va más allá que la simple curación física. El relato se cierra con dos anotaciones por parte de Marcos: que Bartimeo recuperó la vista y seguía a Jesús por el camino (v. 52). Que recuperó la vista quiere significar que recibió unos ojos nuevos, una mirada nueva para comenzar una vida nueva. Que le seguía por el camino es una precisión muy interesante, pues aquí el verbo akolouzéo no quiere decir simplemente que se puso a caminar detrás de Jesús como el resto de la multitud, sino que le seguía como un discípulo, pasó a formar parte del grupo cercano de sus discípulos. Hay que tener en cuenta que el «Camino» es el nombre que desde muy pronto se dio a la forma de vida de los que siguen a Jesús (cf Hch 9,2; 18,25-26; 19,9.23). Eso explicaría que Marcos haya conservado su nombre, pues era conocido como un discípulo de la comunidad de Jerusalén. Bartimeo abandonó Jericó, la tenue luz de la luna, para seguir a Jesús, la Luz brillante que nace de lo alto (Lc 1,78).

 

Que María, la Madre del Mesías, nos consiga unos ojos nuevos para vivir una vida nueva. ¡FELIZ DOMINGO!

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