Domingo II de Adviento

Adviento

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Ciclo A

En aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé,
y de su raíz florecerá un vástago.

Sobre él se posará el espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría y entendimiento,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y temor del Señor.

Lo inspirará el temor del Señor.

No juzgará por apariencias
ni sentenciará de oídas;
juzgará a los pobres con justicia,
sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra;
pero golpeará al violento con la vara de su boca,
y con el soplo de sus labios hará morir al malvado.

La justicia será ceñidor de su cintura,
y la lealtad, cinturón de sus caderas.

Habitará el lobo con el cordero,
el leopardo se tumbará con el cabrito,
el ternero y el león pacerán juntos:
un muchacho será su pastor.

La vaca pastará con el oso,
sus crías se tumbarán juntas;
el león como el buey, comerá paja.

El niño de pecho retoza junto al escondrijo de la serpiente,
y el recién destetado extiende la mano
hacia la madriguera del áspid.

Nadie causará daño ni estrago
por todo mi monte santo:
porque está lleno el país del conocimiento del Señor,
como las aguas colman el mar.

Aquel día, la raíz de Jesé será elevada
como enseña de los pueblos:
se volverán hacia ella las naciones
y será gloriosa su morada.

Que en sus días florezca la justicia,
y la paz abunde eternamente.

 

Dios mí­o, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

En sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
domine de mar a mar,
del Gran Rí­o al confí­n de la tierra.

Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tení­a protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres.

Que su nombre sea eterno
y su fama dure como el sol:
él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

Hermanos:

Todo lo que se escribió en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, a fin de que a través de nuestra paciencia y del consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza.
Que el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener entre vosotros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, de este modo, unánimes, a una voz, glorificaréis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Por eso, acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios. Es decir, Cristo se hizo servidor de la circuncisión en atención a la fidelidad de Dios, para llevar a cumplimiento las promesas hechas a los patriarcas y, en cuanto a los gentiles, para que glorifiquen a Dios por su misericordia; como está escrito:

«Por esto te alabaré entre los gentiles
y cantaré para tu nombre».

Por aquellos dí­as, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando:
«Convertí­os, porque está cerca el reino de los cielos».

Éste es el que anunció el profeta Isaí­as diciendo:
«Voz del que grita en el desierto:
“Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos”».

Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.

Y acudí­a a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.

Al ver que muchos fariseos y saduceos vení­an a que los bautizara, les dijo:

«¡Raza de ví­boras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente?

Dad el fruto que pide la conversión.

Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abrahán”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras.

Ya toca el hacha la raí­z de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego.

Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí­ es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias.

Él os bautizará con Espí­ritu Santo y fuego.

Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga».

Adviento, tiempo de conversión
Infunde en nosotros, Señor, espíritu de conversión

La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Is 11,1-10, Rom 15,4-9 y Mt 3,1-12. El pasaje evangélico, que tiene paralelos en Mc 1,1-8 y Lc 3,1-18, puede dividirse en dos secciones: la presentación de Juan el Bautista (v. 1-6) y la invectiva contra los fariseos y saduceos (v. 7-12).

 

1. La presentación de Juan el Bautista (v. 1-6)

a) El tiempo y el lugar de la predicación (v. 1)
San Mateo presenta a Juan el Bautista de un modo un tanto abrupto, pues hasta ahora no había dicho nada de él. Los datos sobre la vida anterior de Juan se pueden conocer sobre todo por Lc 1. Era hijo de Zacarías e Isabel (Lc 1,5), sus padres no tenían hijos (1,7), eran ya de edad avanzada y su madre era estéril (1,7) y eran justos a los ojos de Dios (1,6); de manera inesperada para la familia recibió el nombre de Juan, en hebreo Yojanan, «Yahveh ha tenido misericordia» (1,13.60). Había sido elegido para vivir como un nazir, un consagrado a Dios (1,15). Más tarde vivió en el desierto hasta que se manifestó a Israel (1,50).

Por el relato paralelo de Lc 3,1 se puede saber que la predicación de Juan comenzó el año quince del imperio de Tiberio, es decir, hacia el año 26-27 de nuestra era. Mt 3,1 específica que el lugar donde Juan predica es el desierto de Judea, una región deshabitada e inculta al oeste del mar Muerto. En la tradición se ha identificado este lugar en el valle del Jordán un poco al sur de Jericó.

b) Las primeras palabras de Juan (v. 2-3)
La predicación más desarrollada de Juan está precedida por la invitación a la conversión: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Un mensaje simple, preciso y exigente, que debió resonar con fuerza en quienes lo escucharon. La invitación que Juan lanza, «convertíos» (o «arrepentíos»), es en griego metanoeite, imperativo de metanoéo, que viene a significar la transformación de la mente, es decir, de los criterios o de los proyectos personales, que se manifiesta en un cambio radical de vida en relación con Dios, con los demás y con las realidades del mundo. El significado de cambio de vida encaja muy bien con el verbo equivalente hebreo y arameo, shub, que significa volverse, cambiar de dirección, dar media vuelta en el camino equivocado que se seguía. La razón que Juan aduce para este cambio de vida es que el reino de Dios está cerca. La llegada del reino requiere una disposición interior. En la predicación de Juan es claro que el reino de Dios no es de carácter terreno y político, como era esperado por muchos, sino que es de naturaleza espiritual, pues requiere acogerlo con la conversión de la vida.

c) El anuncio de Isaías (v. 3)
Para Mateo Juan el Bautista viene a cumplir el anuncio de ls 40,3: «Voz del que grita en el desierto». Estas palabras están tomadas del conocido como «libro de la consolación» (Is 40-55), que forma parte de la predicación del llamado Deuteroisaías, un profeta de la época del destierro. El anuncio que hacía este profeta encaja muy bien con la predicación del Bautista: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos». Conforme a lo que Juan enseña con su propia vida, la exhortación «allanad sus senderos» hay que entenderla como un modo de abajar la soberbia y el orgullo, la altivez y la prepotencia, que llevan a la injusticia.

d) El estilo de vida de Juan (v. 4)
En el desierto, lugar que evoca grandes momentos de la historia de la salvación de Israel, Juan se presenta con un vestido de piel de camello, atado con una correa de cuero a la cintura. Es una forma de vestir que recuerda la vestimenta de los antiguos profetas, sobre todo de Elías (cf 2Re 1,8). Esto quiere decir que Juan ha querido presentarse como un profeta. Y se alimentaba de langostas de campo y miel silvestre. La langosta de tierra era considerada un alimento permitido por las leyes acerca de la comida (cf Lev 11,21-22). Se tostaban a fuego y se aderezaban con la miel que se encontraba con frecuencia en panales en los recovecos de las rocas. La miel formaba parte de la dieta del futuro Emmanuel (Is 7,15). El estilo de vida de Juan fue presentado por Jesús como un modo de reivindicar su carácter profético (cf Mt 11,8-9). E incluso se refirió a él diciendo que era Elías, precursor del Mesías (cf Mt 11,14; Mal 4,5).

e) La respuesta del pueblo (v. 5-6)
Con su modo de vida Juan había despertado entre el pueblo una gran expectación, pues habían acudido a verle y a escucharle de toda la tierra de Judá (v. 5). Su llamada a la conversión había producido un gran impacto, y muchos se acercaban para recibir el bautismo tras la confesión de los pecados. El bautismo de Juan, como él mismo reconocerá más adelante (v. 11), es para la conversión, paso previo para preparar la venida del Mesías.

 

2. La invectiva contra los fariseos y los saduceos (v. 7-12)

a) La llamada a la conversión (v. 7-9)
Al ver que venían a él fariseos y saduceos Juan los increpa diciendo: «¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente?» (v. 7). «Raza de víboras» (o mejor, «engendros de víboras») es una expresión que Jesús utilizará en dos ocasiones para dirigirse también a los fariseos (cf Mt 12,34; 23,33). Hay que recordar que en la Biblia la imagen de la serpiente está relacionada con el pecado (cf Gén 3,1-5; Eclo 21,2; Sal 58,5: el malvado tiene veneno de serpiente; Sal 140,4), de modo que ahora Juan y después Jesús hablan de los fariseos y saduceos como «hijos» del pecado. El «castigo inminente» es una alusión al actuar de Dios en aquel día que anunciará la llegada de la era mesiánica (cf Am 5,18; Joel 2,2; Mal 3,1-3). A los ojos del Bautista no tiene ningún valor la posible excusa de considerarse hijos de Abrahán, como si eso les diera carta de naturaleza en orden a la salvación. Algo semejante esgrimirán en otra ocasión también los fariseos ante Jesús (cf Jn 8,33-39). Juan es tajante en su respuesta: La filiación respecto a Abrahán no es importante en cuanto al nacimiento biológico o la pertenencia a la raza, sino en cuanto a la fe. Se es hijo de Abrahán en el modo de vivir la obediencia a la voluntad de Dios, lo que los fariseos no hacen.

b) La inminencia del juicio (v. 10)
La llamada a la conversión se completa con la advertencia de Juan sobre la inminencia del juicio de Dios. El Bautista se sirve de la imagen del hacha que ya está preparada para cortar todo árbol que no da buen fruto y que será arrojado al fuego. Una imagen semejante usará Jesús hablando a sus discípulos (cf Mt 7,19) y a los fariseos (cf Mt 15,13). Se trata de los frutos que Dios espera.

c) El bautismo de Juan y el de Jesús (v. 11)
Después de hablar de la necesidad de la conversión por la inminencia del juicio Juan pone el acento en la diferencia entre su bautismo y el de Jesús. Él sumerge a la gente en un bautismo para la conversión, pero Jesús trae un bautismo en Espíritu Santo y fuego. Juan reconoce que, aunque Jesús viene detrás de él, lo que podría interpretarse de modo erróneo, es más fuerte, y su bautismo es de un orden superior. El bautismo de Jesús es una inmersión en el Espíritu Santo, que es fuego purificador y portador de una vida nueva.

d) El juicio definitivo (v. 12)
La predicación de Juan se cierra con una nueva imagen, el bieldo, que sirve para hablar del juicio que Jesús trae. Juan, siguiendo los pasos que lleva a cabo el agricultor (aventar la parva, guardar el trigo en el granero, quemar la paja), describe con gran realismo el juicio que Jesús llevará a cabo: Separará a los justos de los malvados, a los justos los guardará en su reino y a los malvados los arrojará a un fuego que no se apaga.

 

Que María, la Virgen colmada del Espíritu Santo, interceda para que el Adviento sea para nosotros tiempo de conversión.
¡FELIZ DOMINGO!

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