La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Is 11,1-10, Rom 15,4-9 y Mt 3,1-12. El pasaje evangélico, que tiene paralelos en Mc 1,1-8 y Lc 3,1-18, puede dividirse en dos secciones: la presentación de Juan el Bautista (v. 1-6) y la invectiva contra los fariseos y saduceos (v. 7-12).
1. La presentación de Juan el Bautista (v. 1-6)
a) El tiempo y el lugar de la predicación (v. 1)
San Mateo presenta a Juan el Bautista de un modo un tanto abrupto, pues hasta ahora no había dicho nada de él. Los datos sobre la vida anterior de Juan se pueden conocer sobre todo por Lc 1. Era hijo de Zacarías e Isabel (Lc 1,5), sus padres no tenían hijos (1,7), eran ya de edad avanzada y su madre era estéril (1,7) y eran justos a los ojos de Dios (1,6); de manera inesperada para la familia recibió el nombre de Juan, en hebreo Yojanan, «Yahveh ha tenido misericordia» (1,13.60). Había sido elegido para vivir como un nazir, un consagrado a Dios (1,15). Más tarde vivió en el desierto hasta que se manifestó a Israel (1,50).
Por el relato paralelo de Lc 3,1 se puede saber que la predicación de Juan comenzó el año quince del imperio de Tiberio, es decir, hacia el año 26-27 de nuestra era. Mt 3,1 específica que el lugar donde Juan predica es el desierto de Judea, una región deshabitada e inculta al oeste del mar Muerto. En la tradición se ha identificado este lugar en el valle del Jordán un poco al sur de Jericó.
b) Las primeras palabras de Juan (v. 2-3)
La predicación más desarrollada de Juan está precedida por la invitación a la conversión: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Un mensaje simple, preciso y exigente, que debió resonar con fuerza en quienes lo escucharon. La invitación que Juan lanza, «convertíos» (o «arrepentíos»), es en griego metanoeite, imperativo de metanoéo, que viene a significar la transformación de la mente, es decir, de los criterios o de los proyectos personales, que se manifiesta en un cambio radical de vida en relación con Dios, con los demás y con las realidades del mundo. El significado de cambio de vida encaja muy bien con el verbo equivalente hebreo y arameo, shub, que significa volverse, cambiar de dirección, dar media vuelta en el camino equivocado que se seguía. La razón que Juan aduce para este cambio de vida es que el reino de Dios está cerca. La llegada del reino requiere una disposición interior. En la predicación de Juan es claro que el reino de Dios no es de carácter terreno y político, como era esperado por muchos, sino que es de naturaleza espiritual, pues requiere acogerlo con la conversión de la vida.
c) El anuncio de Isaías (v. 3)
Para Mateo Juan el Bautista viene a cumplir el anuncio de ls 40,3: «Voz del que grita en el desierto». Estas palabras están tomadas del conocido como «libro de la consolación» (Is 40-55), que forma parte de la predicación del llamado Deuteroisaías, un profeta de la época del destierro. El anuncio que hacía este profeta encaja muy bien con la predicación del Bautista: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos». Conforme a lo que Juan enseña con su propia vida, la exhortación «allanad sus senderos» hay que entenderla como un modo de abajar la soberbia y el orgullo, la altivez y la prepotencia, que llevan a la injusticia.
d) El estilo de vida de Juan (v. 4)
En el desierto, lugar que evoca grandes momentos de la historia de la salvación de Israel, Juan se presenta con un vestido de piel de camello, atado con una correa de cuero a la cintura. Es una forma de vestir que recuerda la vestimenta de los antiguos profetas, sobre todo de Elías (cf 2Re 1,8). Esto quiere decir que Juan ha querido presentarse como un profeta. Y se alimentaba de langostas de campo y miel silvestre. La langosta de tierra era considerada un alimento permitido por las leyes acerca de la comida (cf Lev 11,21-22). Se tostaban a fuego y se aderezaban con la miel que se encontraba con frecuencia en panales en los recovecos de las rocas. La miel formaba parte de la dieta del futuro Emmanuel (Is 7,15). El estilo de vida de Juan fue presentado por Jesús como un modo de reivindicar su carácter profético (cf Mt 11,8-9). E incluso se refirió a él diciendo que era Elías, precursor del Mesías (cf Mt 11,14; Mal 4,5).
e) La respuesta del pueblo (v. 5-6)
Con su modo de vida Juan había despertado entre el pueblo una gran expectación, pues habían acudido a verle y a escucharle de toda la tierra de Judá (v. 5). Su llamada a la conversión había producido un gran impacto, y muchos se acercaban para recibir el bautismo tras la confesión de los pecados. El bautismo de Juan, como él mismo reconocerá más adelante (v. 11), es para la conversión, paso previo para preparar la venida del Mesías.
2. La invectiva contra los fariseos y los saduceos (v. 7-12)
a) La llamada a la conversión (v. 7-9)
Al ver que venían a él fariseos y saduceos Juan los increpa diciendo: «¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente?» (v. 7). «Raza de víboras» (o mejor, «engendros de víboras») es una expresión que Jesús utilizará en dos ocasiones para dirigirse también a los fariseos (cf Mt 12,34; 23,33). Hay que recordar que en la Biblia la imagen de la serpiente está relacionada con el pecado (cf Gén 3,1-5; Eclo 21,2; Sal 58,5: el malvado tiene veneno de serpiente; Sal 140,4), de modo que ahora Juan y después Jesús hablan de los fariseos y saduceos como «hijos» del pecado. El «castigo inminente» es una alusión al actuar de Dios en aquel día que anunciará la llegada de la era mesiánica (cf Am 5,18; Joel 2,2; Mal 3,1-3). A los ojos del Bautista no tiene ningún valor la posible excusa de considerarse hijos de Abrahán, como si eso les diera carta de naturaleza en orden a la salvación. Algo semejante esgrimirán en otra ocasión también los fariseos ante Jesús (cf Jn 8,33-39). Juan es tajante en su respuesta: La filiación respecto a Abrahán no es importante en cuanto al nacimiento biológico o la pertenencia a la raza, sino en cuanto a la fe. Se es hijo de Abrahán en el modo de vivir la obediencia a la voluntad de Dios, lo que los fariseos no hacen.
b) La inminencia del juicio (v. 10)
La llamada a la conversión se completa con la advertencia de Juan sobre la inminencia del juicio de Dios. El Bautista se sirve de la imagen del hacha que ya está preparada para cortar todo árbol que no da buen fruto y que será arrojado al fuego. Una imagen semejante usará Jesús hablando a sus discípulos (cf Mt 7,19) y a los fariseos (cf Mt 15,13). Se trata de los frutos que Dios espera.
c) El bautismo de Juan y el de Jesús (v. 11)
Después de hablar de la necesidad de la conversión por la inminencia del juicio Juan pone el acento en la diferencia entre su bautismo y el de Jesús. Él sumerge a la gente en un bautismo para la conversión, pero Jesús trae un bautismo en Espíritu Santo y fuego. Juan reconoce que, aunque Jesús viene detrás de él, lo que podría interpretarse de modo erróneo, es más fuerte, y su bautismo es de un orden superior. El bautismo de Jesús es una inmersión en el Espíritu Santo, que es fuego purificador y portador de una vida nueva.
d) El juicio definitivo (v. 12)
La predicación de Juan se cierra con una nueva imagen, el bieldo, que sirve para hablar del juicio que Jesús trae. Juan, siguiendo los pasos que lleva a cabo el agricultor (aventar la parva, guardar el trigo en el granero, quemar la paja), describe con gran realismo el juicio que Jesús llevará a cabo: Separará a los justos de los malvados, a los justos los guardará en su reino y a los malvados los arrojará a un fuego que no se apaga.
Que María, la Virgen colmada del Espíritu Santo, interceda para que el Adviento sea para nosotros tiempo de conversión.
¡FELIZ DOMINGO!