Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario

Tiempo Ordinario

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Ciclo C

En aquellos días, el sirio Naamán bajó y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra de Eliseo, el hombre de Dios, Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio de su lepra.

Naamán y toda su comitiva regresaron al lugar donde se encontraba el hombre de Dios. Al llegar, se detuvo ante él exclamando:
«Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Recibe, pues, un presente de tu siervo».

Pero Eliseo respondió:
«Vive el Señor ante quien sirvo, que no he de aceptar nada».

Y le insistió en que aceptase, pero él rehusó.

Naamán dijo entonces:
«Que al menos le den a tu siervo tierra del país, la carga de un par de mulos, porque tu servidor no ofrecerá ya holocausto ni sacrificio a otros dioses más que al Señor».

El Señor revela a las naciones su salvación.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad.

Querido hermano:

Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David, según mi evangelio, por el que padezco hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada.

Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación y la gloria eterna en Cristo Jesús.

Es palabra digna de crédito:
Pues si morimos con él, también viviremos con él;
si perseveramos, también reinaremos con él;
si lo negamos, también él nos negará.
Si somos infieles, él permanece fiel,
porque no puede negarse a sí mismo.

Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».

Al verlos, les dijo:
«Id a presentaros a los sacerdotes».

Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios.

Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.

Éste era un samaritano.

Jesús, tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».

Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

Señor, ayúdanos con tu gracia para que aprendamos a ser agradecidos

La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de 2Re 5,14-17, 2Tim 2,8-13 y Lc 17, 11-19. El pasaje evangélico recoge el relato de la curación de diez leprosos, que pertenece a la materia propia de Lc. Se trata de la segunda curación de leprosos, pues ya en Mt 8,1-4, Mc 1,40-45 y Lc 5,12-16 se había narrado la curación de un leproso junto al lago de Galilea. Aunque el pasaje es conocido como la curación de diez leprosos, también como el leproso agradecido o el samaritano agradecido.

 

1. El contexto del relato

El milagro sucede en el camino que Jesús sigue con los discípulos camino de Jerusalén, a la entrada de una aldea de Galilea cerca de Samaría. En el evangelio de Lc la noticia de ponerse Jesús en camino corresponde a lo que se suele llamar la «quinta etapa» de su viaje hasta Jerusalén para la Pascua.

 

2. El comportamiento de los diez leprosos

El modo como se comportan los leprosos, que salen al encuentro de Jesús, pero se quedan parados a lo lejos, fuera de la aldea (v. 12), responde a lo que acerca de ellos estaba legislado en Lev 13,45-46: «El leproso andará con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba tapada y gritando: ‘Impuro, impuro’… Es impuro…, y tendrá su morada fuera del campamento». Esta medida, que sobre todo respondía a motivos sanitarios, había dado lugar a una fuerte marginación social y religiosa, pues los enfermos de lepra quedaban excluidos de la comunidad de Israel, sin poder participar en el culto de la sinagoga ni del templo. Si toda enfermedad era considerada como una consecuencia del pecado, la lepra lo era de un modo especialmente lacerante. Un leproso era considerado como nagu’a, golpeado, herido (por Dios) (cf Is 53,4; Sal 73,14). Los leprosos llevaban una vida en verdad penosa, como quienes estaban muertos en vida.

Conscientes de su situación, los diez leprosos se mantienen a distancia y gritan: «Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros (griego, eléeson hemas)». Los leprosos se dirigen a Jesús con un título de respeto y, a la vez, de reconocimiento de su autoridad, pues le reconocen como Alguien que puede compadecerse y ayudarles. A diferencia de otros casos (cf Mt 8,1-4; Mc 1,40-45; Lc 5,12-14), los leprosos no piden de manera explícita su curación. Sin embargo, su grito pidiendo compasión resuena en el aire como una súplica que va más allá de la curación física. La apelación a la misericordia lleva consigo un deseo que no se conforma con la mera sanación de la carne enferma. Como en el caso del ciego de Jericó (cf Mt 20,29-34; Mc 10,46-52; Lc 18,35-43), el grito de los leprosos mendigando la misericordia de Jesús significa suplicar la restauración de su condición de hombres libres, obtener la sanación plena que les permita recuperar su dignidad de hombres. Sólo la misericordia de Dios encarnada en Jesús puede restaurar al hombre herido.

A diferencia también de otras ocasiones, Jesús no se acerca a los leprosos ni los toca (cf Lc 5,14), sino que, al verlos (v. 14), es decir, al conocer su situación, los envía para que se presenten a los sacerdotes. Este detalle muestra que Jesús cuenta ya con la curación, pues la legislación mosaica acerca de la lepra establecía que el leproso se presentara ante el sacerdote después de su curación (cf Lev 14,1-9). Esto es lo que el evangelista explicita a continuación: «Mientras iban de camino, quedaron limpios». Se trata, pues, de un milagro a distancia, que se ha realizado por la obediencia confiada que los leprosos han mostrado con Jesús. Que puedan dirigirse ahora al sacerdote significa que han quedado ya reinsertados en la sociedad.

Sin embargo, la curación produce efectos muy diferentes en los leprosos. Sólo uno de ellos, viendo que estaba curado, es decir, cayendo en la cuenta, reconociendo la acción salvífica de Dios por medio de Jesús, se volvió, es decir, se dio la vuelta, cambió de dirección en sentido físico, pero también espiritual (se convirtió), para dirigirse hacia Jesús (v. 15). Hay que tener en cuenta que el verbo griego hypostréfo, semejante al hebreo y arameo shub, significa tanto volverse como convertirse. El leproso reconoce a Jesús como el que le ha salvado de su vida miserable. Con tres gestos muestra su conversión: Alaba (o da gloria) a Dios con grandes voces, como antes había gritado misericordia, pues reconoce que la curación operada por Jesús es en última instancia obra de Dios. Cae a los pies de Jesús, rostro en tierra, porque le reconoce como alguien que tiene un poder que es propio de Dios; si antes se había quedado lejos, porque no era digno de acercarse, pues era impuro, ahora, purificado, se acerca hasta casi tocar los pies de Jesús. Y le da las gracias, algo que en el Nuevo Testamento normalmente se hace con Dios.

El evangelista puntualiza que el leproso era samaritano (v. 16). Cabe preguntarse qué hacía un samaritano en medio de leprosos judíos, si samaritanos y judíos se odiaban entre sí. La respuesta que puede darse es que la lepra iguala a todos los hombres sin distinción de raza, lengua o religión. Entre los leprosos se establece una fraternidad en su pobre existencia que anula las fronteras. La enfermedad, el sufrimiento y el dolor tienen una patria común que no conoce las barreras étnicas.

La presencia del leproso samaritano provoca en Jesús el asombro, no tanto por su vuelta, sino por la ausencia del resto. Por eso, con un cierto tono de reproche lanza tres preguntas como tres dardos ante los presentes: ¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero? Jesús no quiere que le agradezcan el milagro, sino que reconozcan que es un don que debe suscitar la alabanza a Dios como ha hecho el samaritano. Pero los otros nueve, representantes de Israel, están con el corazón embotado, pensando sólo en sí mismos. Jesús se dirige al samaritano con palabras ya conocidas: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado» (v. 19; cf Lc 8,48). Jesús, que había enviado los leprosos a los sacerdotes para que verificaran su curación, se constituye para el que ha vuelto en el sacerdote que autentifica una curación más perfecta que la simple curación física. Jesús le recibe con unas palabras que revelan al leproso que su alabanza a Dios, en respuesta a su curación, ha sido un acto de fe que le ha traído la salvación plena. Jesús le ha liberado de una lepra más dañina que la corporal: la lepra del pecado que devora el corazón del hombre.

 

 

Que María, Salud de los enfermos, interceda por nosotros para que nos veamos libres de nuestras lepras.
¡FELIZ DOMINGO!

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