Domingo XVI del Tiempo Ordinario

Tiempo Ordinario

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Ciclo C

En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, en lo más caluroso del día. Alzó la vista y vio tres hombres frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda, se postró en tierra y dijo:
«Señor mío, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un bocado de pan para que recobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a la casa de vuestro siervo».

Contestaron:
«Bien, haz lo que dices».

Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo:
«Aprisa, prepara tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz unas tortas».

Abrahán corrió enseguida a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase de inmediato. Tomó también cuajada, leche y el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba bajo el árbol, ellos comían.

Después le dijeron:
«Dónde está Sara, tu mujer?».

Contestó:
«Aquí, en la tienda».

Y uno añadió:
«Cuando yo vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre Sara habrá tenido un hijo».

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?

 

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.

El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor.

El que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará.

Hermanos:

Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado servidor, conforme al encargo que me ha sido encomendado en orden a vosotros: llevar a plenitud la palabra de Dios, el misterio escondido desde siglos y generaciones y revelado ahora a sus santos, a quienes Dios ha querido dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria.

Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para presentarlos a todos perfectos en Cristo.

En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.

Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.

Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».

Respondiendo, le dijo el Señor:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

Danos, Señor, un corazón generoso como el de Marta y contemplativo como el de María

La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Gén 18,1-10a, Col 1,24-28 y Lc 10,38-42. El pasaje evangélico recoge la conocida escena de Marta y María, que pertenece a la materia propia de Lucas.

 

1. Los tres hermanos de Betania

La frase introductoria, «yendo ellos de camino» (v. 38a), remite a la noticia que el evangelista había dado sobre el caminar de Jesús hacia su pasión (9,51-57), y es la introducción a la segunda etapa de ese camino. Aunque en el relato no se da el nombre de la aldea en la que entra Jesús, es claro que debe tratarse de Betania, la aldea cercana a Jerusalén en la que según Jn 11,1 y 12,1-3 vivían Marta y María con su hermano Lázaro, al que Jesús había resucitado. Lucas ha querido resaltar el papel protagonista de Jesús, pues, aunque inicia el relato diciendo que «ellos iban de camino», es Jesús quien entra en la aldea y en la casa en la que es acogido por Marta (v. 38). Los discípulos quedan desplazados a un segundo plano. El desarrollo de la escena explicará la razón de esta «desaparición» de los discípulos (y de Lázaro): El relato está construido en torno a Jesús y las dos mujeres. La casa de Betania era para Jesús su lugar de descanso. Junto a los tres hermanos, en un clima de gozosa amistad, Jesús se reponía de sus fatigas por sus caminatas predicando el Reino de Dios.

 

2. La diferente conducta de las dos hermanas

En un primer momento, el protagonismo recae sobre Marta, pues ella es la que acoge a Jesús (v. 38b). Al decir que Marta lo acoge en su casa parece que Lucas da a entender que ella era la dueña y que la compartía con sus hermanos. Es curioso caer en la cuenta de que Marta en arameo significa señora, dueña. Para el verbo recibir o acoger Lucas usa el verbo griego hypodéjomai, que viene a significar la acogida de alguien como huésped al que se le ofrecen toda clase de atenciones (cf Lc 7,36; 19,6; Hch 17,7).

Al introducir el personaje de María, Lucas precisa que se había sentado junto a los pies de Jesús y escuchaba su palabra (v. 39). Este gesto es el propio de los discípulos de los maestros rabinos de Israel que escuchaban con atención y aprendían con gran interés sus enseñanzas, sin querer perderse nada de lo que escuchaban. Así es como san Pablo dice que se formó «a los pies de Gamaliel» (Hch 22,3). Se puede decir que María estaba como absorta, escuchando y absorbiendo cada palabra del Maestro.

Marta, por su parte, estaba muy afanada, se multiplicaba, con los muchos servicios (v. 40). Es evidente que los afanes de Marta responden a su deseo de preparar una comida exquisita para Jesús. Así quería agasajarle y mostrarle todo su cariño. Esa actitud de Marta la expresa Lucas con el verbo griego perispáomai, que, entre otras cosas, significa estar atareado, inquieto, en tensión. Marta estaba sobrepasada por la multitud de tareas de las que se sentía responsable para agradar a Jesús. Hasta que no pudo más y, de repente, se presenta ante Jesús para hacerle conocer que se siente sola, es decir, abandonada por su hermana a la hora de los preparativos, que ella comprende como un servicio (griego, diakonía). Aunque se acerca a Jesús con un profundo sentimiento de respeto, pues lo llama «Señor», la súplica de Marta deja traslucir una queja dolorida: «¿No te importa…?». Y encierra además una velada crítica hacia la conducta de María: «¿Que mi hermana me haya dejado sola?». Y le pide que inste a su hermana para que le ayude (v. 40).

En la respuesta de Jesús no hay que ver una crítica contra Marta. Así lo pone de relieve el afecto que muestra hacia ella al dirigirle un doble «Marta, Marta». Jesús quiere hacer consciente a Marta de que le agradece tanto la acogida en su casa como su deseo de servirle. Pero, a la vez, quiere hacerle caer en la cuenta del peligro que encierra dejarse llevar por la inquietud, el agobio y la agitación por tantas tareas y quehaceres. Llevada por su afán de preparar la mesa para Jesús, se ha distraído de la «mesa» que Jesús tenía preparada para ella y se ha privado de compartirla con su hermana. María ha hecho la elección acertada: «Ha escogido la mejor parte y no le será quitada» (v. 41). Para Jesús María ha elegido con entera libertad la mejor parte, que consiste en estar con Jesús y «servirle» escuchando su enseñanza. Y esa parte no le será quitada, es decir, Dios no se la reclamará en el día del juicio, pues la parte de su heredad la tendrá consigo para siempre. María seguirá estando junto a Jesús.

Por todo lo dicho, es erróneo contraponer, como se hace con frecuencia, las figuras de Marta y María como la contraposición entre la vocación a la vida activa y la vida contemplativa, para concluir que, de las dos, Jesús avalaría la supremacía de la vida contemplativa sobre la vida activa. Esa interpretación está fuera del horizonte mental de Jesús y responde a intereses que, en este caso, no tienen nada que ver con el mensaje que quiere transmitir el evangelio. San Agustín comenta: «Marta y María eran dos hermanas, unidas no sólo por su parentesco de sangre, sino también por sus sentimientos de piedad; ambas estaban estrechamente unidas al Señor, ambas le servían con idéntico fervor» (Sermón 103,1). Por su parte, san Efrén se atreve a decir: «La caridad de Marta era más ardiente que la de María» (Comentario al Diatessaron VIII,15).

 

Que María, la Madre de Jesús, que también eligió la mejor parte, nos ayude a saber elegir.
¡FELIZ DOMINGO! ¡FELIZ DESCANSO DE VERANO!

[A partir del próximo Domingo, Al hilo de la Palabra se toma un descanso hasta septiembre.]

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