Domingo V de Pascua

Tiempo Pascual

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Ciclo C

En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquia, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios.

En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Y después de predicar la Palabra en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían encomendado a la gracia de Dios para la misión que acababan de cumplir.

Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.

Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi Rey.

 

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.

Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.

Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe.

Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.

Y oí una gran voz desde el trono que decía:
«He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios».

Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido.

Y dijo el que está sentado en el trono:
«Mira, hago nuevas todas las cosas».

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros.

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».

Ayúdanos, Señor, a amar como tú nos amas

La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Hch 14,21b-27, Apo 21,1-5a y Jn 13,31-33a.34-35. El pasaje evangélico, que forma parte del largo discurso de Jesús durante la cena pascual, puede dividirse en dos secciones: la glorificación de Jesús (v. 31-33a) y el don del mandamiento nuevo (v. 34-35).

 

1. La glorificación de Jesús (v. 31-33a)

El texto comienza diciendo que «cuando salió (Judas)», Jesús habló a sus discípulos. Esto quiere decir que Judas no recibió el don del mandamiento nuevo del amor, en cierto modo porque él mismo ya se había excluido del amor a Jesús y a sus compañeros. Un corazón encerrado en sí mismo se hace incapaz de acoger la invitación a amar, que es darse sin medida. San Juan había dicho antes que cuando Judas salió «era de noche» (v. 30), es decir, Judas llevaba la oscuridad de la noche en su corazón. ¡Qué noche más triste para Judas! ¡Qué noche más triste para quien se ha dejado arrebatar el corazón y se ha cerrado al amor! Judas abandonó el Cenáculo porque ya antes había abandonado la comunión y el amor a Jesús y sus compañeros.

A partir de ese momento Jesús habla de su glorificación. Pero hay que tener en cuenta que Jesús había hablado ya acerca de su glorificación en Jn 12,20-33, donde, en conversación con unos griegos, él había afirmado que ya ha llegado la hora de su glorificación (v. 23), y en un momento determinado se oyó una voz del cielo que decía: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo» (v. 28). Y Jesús termina el coloquio asociando la glorificación con su pasión y su muerte en la cruz: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (v. 32). El evangelista Juan explica: «Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir» (v. 33).

El inicio de las palabras de Jesús con el adverbio «ahora», es decir, cuando Judas ha salido para llevar a cabo su plan de entregarlo, pretende dar a conocer que la pasión ha comenzado ya; y con la pasión ha comenzado su glorificación. Por otra parte, la glorificación de Jesús lleva consigo la glorificación del Padre (v. 31-32), pues el Hijo da gloria al Padre obedeciéndole y aceptando su voluntad que pasa por la pasión y muerte. A su vez, la glorificación de Jesús, el Hijo, será llevada a cabo por el Padre (v. 32), pues el Padre lo exaltará sentándolo a su derecha.

Más adelante, dentro del mismo discurso, Jesús vuelve sobre el tema de la glorificación: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti … Yo te he glorificado sobre la tierra… Y ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese» (Jn 17,1.4-5). San Anastasio de Antioquía comenta: «Vemos, en cierto modo, cómo aquella gloria que poseía como Unigénito, y a la que por nosotros había renunciado por un breve tiempo, le es restituida a través de la cruz en la misma carne que había asumido. Dice, en efecto, san Juan, en su evangelio, al explicar en qué consiste aquella agua que dijo el Salvador que manaría como un torrente de las entrañas del que crea en él. Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado; aquí el evangelista identifica la gloria con la muerte en cruz» (Sermón 4,2).

Con un tono entrañable Jesús anuncia a sus discípulos la cercanía de su glorificación por medio de su muerte: «Hijitos, me queda poco de estar con vosotros» (v. 33a). Jesús es consciente de que su muerte está cerca y quiere preparar a sus discípulos para ese momento decisivo. Su pasión y muerte son el signo de su glorificación. A los dos de Emaús Jesús resucitado les dirá: «¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?» (Lc 24,26).

 

2. El mandamiento nuevo (v. 34-35)

Jesús anuncia a sus discípulos que tendrá que marcharse y que ellos no podrán seguirle adonde va (v. 33). Pero antes de marcharse les deja un mandamiento que, si lo practican, mantendrá viva su memoria entre ellos: Que se amen los unos a los otros como Él los ama. Varias precisiones conviene hacer a estas palabras. En primer lugar, aunque Jesús lo llama un mandamiento, hay que entender que no se trata tanto de una norma o precepto que obliga desde fuera, sino que es un don («os doy») que les ofrece la posibilidad de vivir en el espíritu de Jesús. Que los discípulos se amen entre sí es un regalo que Jesús les hace y que será la señal que los identificará como sus discípulos y los distinguirá de los demás (v. 35). En segundo lugar, ¿qué significa que es un mandamiento nuevo?, pues, en realidad, el mandamiento de amar al prójimo estaba ya vigente en Israel desde Lev 19,18. Es importante tener en cuenta que en griego hay dos adjetivos para traducir el español nuevo: néos y kainós. El primero expresa la idea de novedad en el ámbito cronológico, en el sentido de reciente; el segundo indica la novedad como cualidad. El evangelista Juan usa aquí el segundo, kainós, para indicar que Jesús da a sus discípulos un mandamiento cualitativamente nuevo. Jesús lo llama nuevo porque es el fundamento de la nueva Alianza, que Él ha venido a inaugurar; una Alianza que hará de ellos hombres nuevos que cantan un cántico nuevo y dan comienzo a un tiempo nuevo. Es nuevo porque quien lo da es Jesús, que ha venido para hacer nuevas todas las cosas (Apo 21, 5). Es nuevo también en cuanto al objeto, pues ahora Jesús no pide a sus discípulos que amen al prójimo, a todos los hombres, sino que se amen mutuamente, entre ellos (cf Jn 15,12.17; 1Jn 3,11-18). Es nuevo, además, porque sus discípulos han de practicarlo conforme al modelo de amor con que Jesús los ha amado: «Amaos como yo os he amado» (v. 34; 15,12), es decir, hasta entregar la vida, pues Jesús dice «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Esto mismo es lo que san Juan ha querido expresar cuando introduce la escena del lavatorio de los pies con las palabras «habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo» (13,1). Es sabido que para san Juan el lavatorio es un anticipo de la entrega de Jesús por medio de la pasión. Esta forma de amar hará de ellos una verdadera comunidad fraterna. Tertuliano comenta lo sorprendente de este modo de amor cristiano: «Ha sido sobre todo la práctica del amor la que ha impreso en nosotros una especie de marca de fuego a los ojos de los paganos: ‘Ved cómo se aman’, dicen (mientras que ellos se odian entre sí), y ‘cómo están dispuestos a dar la vida el uno por el otro’ (mientras ellos prefieren matarse entre sí)» (Apologeticum 39).

Por otra parte, cuando dice que se amen como Él los ha amado, Jesús se presenta como el origen, la fuente y el modelo del amor mutuo. El amor que los discípulos han de tenerse brota del amor con que Jesús los ama a ellos. A su vez, Jesús pone el origen de su amor en el amor con que el Padre le ama (Jn 15,9). Jesús se va porque ha llegado su hora, y sus discípulos no pueden ir con Él, pero les confía un mandamiento que guardará su memoria en el mundo: Jesús será reconocido por todos como el Maestro de unos hombres que se aman de una manera tan nueva y sorprendente (v. 35). Sólo se puede ser discípulo de Jesús si se está dispuesto a amar hasta el extremo.

 

Que María, la Madre del amor hermoso, nos ayude a amarnos como Cristo, su Hijo, nos ha amado.
¡FELIZ DOMINGO!

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