La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Dan 7,13-14, Apo 1,5-8 y Jn 18,33-37. El evangelista san Juan ha dividido la comparecencia de Jesús ante Pilato (18,28-19,16) en siete escenas. El pasaje del evangelio de hoy, que corresponde a la segunda escena del interrogatorio, se puede dividir en dos partes marcadas por la doble pregunta de Pilato «¿eres rey?».
1. Primera parte del interrogatorio (v. 33-36)
Tras entrar en el Pretorio, de donde había salido para encontrarse con las autoridades religiosas judías, Pilato pregunta a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?» (v. 33). En este momento Jesús no responde con una afirmación o una negación, sino que a su vez dirige una pregunta a Pilato, de modo que el reo acusado es quien interroga como juez al acusador: «¿Dices eso por ti mismo …?» (v. 34). Jesús muestra una gran libertad frente a Pilato y lleva el interrogatorio hacia el terreno personal, pues le da al procurador romano la oportunidad de pronunciarse por sí mismo. Sin embargo, Pilato tampoco responde de manera directa, sino por medio de un circunloquio con el que en realidad da a entender que su interés por interrogar a Jesús y conocer algo sobre él está determinado por la acusación de las autoridades religiosas judías. Su intervención, retomando el papel del acusador, termina con una nueva pregunta a Jesús: «¿Qué has hecho?» (v. 35). Es en este momento cuando Jesús reconoce de manera indirecta, pero segura, de modo repetitivo, su realeza: «Mi reino no es de este mundo… Si mi reino fuera de este mundo… Pero mi reino no es de aquí» (v. 36). A lo largo de su ministerio público Jesús había hablado con frecuencia del Reino de Dios, pero nunca lo había identificado como «mi reino». En cambio ahora, ya al final de su vida, habla con toda libertad de su Reino. En realidad, en las parábolas Jesús estaba hablando de su Reino. En el conocido como «discurso de despedida», durante la celebración de la Última Cena, Jesús dice a sus discípulos: «Yo preparo para vosotros el Reino como me lo preparó mi Padre a mí, de modo que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino» (Lc 22,29-30). La afirmación de Jesús «mi Reino no es de este mundo» no hay que entenderla como si no tuviera nada que ver con los hombres. Todo lo contrario, pues Dios, para quien nada de lo humano le es ajeno, ha creado su Reino para los hombres. Dios es Rey y tiene un Reino del que quiere que disfruten los hombres. El Reino es de Dios, porque le pertenece, pero es para los hombres, que son sus beneficiarios. Las palabras de Jesús hay que entenderlas en una doble dirección. Por una parte, quieren decir que en cuanto al origen su Reino no es terreno, sino del cielo. En ese sentido Pilato y el emperador de Roma pueden estar tranquilos, pues Jesús no ha venido para competir por este tipo de reinos. Por otra parte, este Reino no se rige por los criterios y valores de este mundo. Jesús había enseñado a sus discípulos que los poderosos de este mundo (reyes, príncipes, emperadores, gobernadores, etc.) ejercen el poder de modo despótico y tiránico (cf Mc 10,42), dispuestos a asesinar a quienes no están de acuerdo con ellos (cf Lc 19,27). Esto no sucede en el Reino de Jesús. Como dice el Prefacio de la Misa de la fiesta, el Reino de Jesús es el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz. «Mi Reino no es de este mundo» significa también que no es temporal, sometido a la caducidad del tiempo, pues los reinos de este mundo desaparecen; el Reino de Jesús es eterno, como habían anunciado Is 9,6 y Dan 7,14 y había confirmado el arcángel Gabriel a María en Nazaret (Lc 1,33).
2. Segunda parte del interrogatorio (v. 37-38)
Pilato saca la conclusión lógica de las palabras de Jesús y pregunta: «Entonces, ¿tú eres rey?». Hasta ahora Jesús había rehusado hablar de sí mismo como Rey. Incluso después de la multiplicación de los panes, cuando la gente había querido proclamarlo rey, Jesús se alejó de ellos para desbaratar sus planes (cf Jn 6,15). En esos momentos Jesús quería evitar cualquier malentendido del título de rey con implicaciones políticas. Ahora, en cambio, Jesús acepta la deducción de Pilato: «Tú (lo) dices: Soy rey». Pero en su respuesta Jesús va más lejos de lo que Pilato podía esperar. Jesús vincula su realeza con la verdad. La razón de su Encarnación y de su envío al mundo por parte del Padre es para ser testigo de la Verdad, la Verdad que hará libres a los hombres que la acojan (cf Jn 8,32). La Verdad que puede hacer libre también al propio Pilato. Aunque, como se descubrirá en seguida en el interrogatorio, Pilato responderá con escepticismo con la pregunta: «¿Qué es la verdad?» (v. 38). Santa Teresa dijo que «la humildad es andar en verdad» (Libro de las Moradas VI,10,8). Del mismo modo se podría decir que «la verdad es andar en humildad», teniendo en cuenta que Jesús dijo que Dios revela su Verdad, sus misterios, a los humildes y sencillos, pero la oculta a los sabios de este mundo, a los soberbios y arrogantes (cf Mt 11,29). Llevado de torpeza, presunción y arrogancia, Pilato no supo ver que estaba delante de la Verdad, que le daba la oportunidad de adherirse a ella y encontrar la Vida. Antes de esperar la respuesta a su pregunta, Pilato se separa de Jesús saliendo del Pretorio (v. 38). ¡Cuánto cuesta mirar cara a cara a la Verdad y aceptar el reto que plantea esperar su respuesta! Finalmente, Jesús añade que todo el que es de la Verdad escucha su voz, palabras que recuerdan muy de cerca las que había dicho al referirse a sí mismo como Buen Pastor (cf Jn 10,27). Jesús, por tanto, se identifica a la vez como Rey y Buen Pastor. Jesús ejerce su realeza y su señorío con la abnegación, la humildad, el amor y la bondad de un pastor que entrega su vida por los suyos. La entrega de la vida, unida a su realeza y Reino, se manifestará en la cruz. Pilato hará grabar una inscripción con el título: «Jesús, el Nazareno, el Rey de los judíos» (Jn 19,19), con el que se responderá a sí mismo a la pregunta: «¿Eres tú el rey de los judíos?». El buen ladrón suplicará al que está siendo crucificado con él: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» (Lc 23,42).
Que la Virgen María, Reina y Madre, nos ayude a acoger y a anunciar el Reino de Cristo. ¡FELIZ DOMINGO!