Domingo XXXII del Tiempo Ordinario

Tiempo Ordinario

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Ciclo B

En aquellos días, se alzó el profeta Elías y fue a Sarepta. Traspasaba la puerta de la ciudad en el momento en el que una mujer viuda recogía por allí leña.

Elías la llamó y le dijo:
«Tráeme un poco de agua en el jarro, por favor, y beberé».

Cuando ella fue a traérsela, él volvió a gritarle:
«Tráeme, por favor, en tu mano un trozo de pan».

Ella respondió:
«Vive el Señor, tu Dios, que no me queda pan cocido; solo un puñado de harina en la orza y un poco de aceite en la alcuza. Estoy recogiendo un par de palos, entraré y prepararé el pan para mí y mi hijo, lo comeremos y luego moriremos».

Pero Elías le dijo:
«No temas. Entra y haz como has dicho, pero antes prepárame con la harina una pequeña torta y tráemela. Para ti y tu hijo la harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel:

“La orza de harina no se vaciará
la alcuza de aceite no se agotará
hasta el día en que el Señor conceda
lluvias sobre la tierra”».

Ella se fue y obró según la palabra de Elías, y comieron él, ella y su familia.

Por mucho tiempo la orza de harina no se vació ni la alcuza de aceite se agotó, según la palabra que había pronunciado el Señor por boca de Elías.

Alaba, alma mía, al Señor.

 

El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.

El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos.

Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.

Cristo entró no en un santuario construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros.

Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena. Si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde la fundación del mundo. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de los tiempos, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo.

Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez; y después de la muerte, el juicio.

De la misma manera, Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos.

La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para salvar a los que lo esperan.

En aquel tiempo, Jesús, instruyendo al gentío, les decía:
«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Ésos recibirán una condenación más rigurosa».

Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante.

Llamando a sus discípulos, les dijo:

«En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

Danos, Señor, un corazón desprendido

La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de 1Re 17,10-16, Heb 9,24-28 y Mc 12,38-44. El pasaje de Mc, que tiene paralelos en Mt 23,2-6 y Lc 11,43; 20,45-47; 21,1-4, se puede dividir en dos partes: la advertencia de Jesús sobre la conducta de los escribas (v. 38-40) y el elogio de la viuda (v. 41-44).

 

1. La conducta de los escribas

El modo como Jesús introduce su advertencia sobre los escribas indica que no se refiere a todos ellos sino a los que se comportan conforme a lo que luego denuncia: «Guardaos de los escribas que gustan…» (o «les encanta…») (v. 38).

a) Pasearse con amplio ropaje. La traducción española «amplio ropaje» corresponde al sustantivo griego stolé, que viene a significar un vestido largo o túnica, que se usaba sobre todo con ocasión de ciertas fiestas. Se trataba de una vestidura en cierto modo lujosa. En el Antiguo Testamento griego se usa el sustantivo stolé para hablar de las vestiduras del sumo sacerdote, de los sacerdotes y del rey (cf Éx 28,2; 29,21: vestiduras sagradas; 2Crón 18,9: atuendos reales). En el paralelo de Mt 23,5 se dice que estos escribas además alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto. La conducta de estos escribas recuerda la de aquellos que, cuando dan limosna, hacen tocar la trompeta por la calle delante de ellos para ser alabados por la gente (cf Mt 6,2).
b) (Les gustan) las reverencias en las plazas. Los términos españoles reverencia o saludo corresponden al griego aspasmós. El saludo o la reverencia eran gestos que se tenían en gran aprecio por el honor que se reconocía a quien se saludaba. La plaza es en griego ágora, que designa el lugar concurrido de reunión pública, lugar de encuentro para diversas actividades. También podría traducirse por mercado (al aire libre), lugar tan típico de Oriente, un hervidero de gente.
c) (Buscan) los primeros asientos en las sinagogas. El asiento principal de la sinagoga, en griego protokazedría, designa un asiento separado de piedra «situado delante del arca que contenía los rollos sagrados de la Ley y los Profetas; colocado frente al pueblo, era el lugar honorífico de la sinagoga» (V. Taylor, Evangelio según san Marcos, 596). Es muy probable que se trate de la «cátedra de Moisés», de la que habla Mt 23,2.
d) Los primeros puestos en los banquetes. Dado que la versión española «primeros puestos» corresponde al sustantivo griego protoklisía, donde klisía puede designar también la silla o el diván para comer recostado, entonces, la traducción podría ser «buscan los primeros divanes» en los banquetes. En tiempo de Jesús estaba extendida la costumbre, que venía de lejos (cf Est 7,8), sobre todo en las fiestas, de comer en divanes recostados sobre el costado izquierdo (cf Mc 2,15; 14,3). Frente al afán de los que buscan los primeros puestos en los banquetes, Jesús pide a sus discípulos que busquen el último lugar (cf Lc 14,7-11).
e) Devoran las casas de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Sin duda ésta es la conducta más extraña de los escribas, pues ¿qué significa en realidad que «devoran las casas de las viudas»? Para comprender esta expresión de Jesús es necesario tener en cuenta las costumbres jurídicas de la época relacionadas con los tutores o administradores de bienes. En un tiempo y una sociedad en que la mujer estaba supeditada al varón, primero al padre y luego al marido, la muerte del marido dejaba a la viuda en una situación de gran indefensión. Sobre todo si era dueña de fortuna debía buscar la ayuda de un tutor o administrador para salvaguardar sus bienes. Esta necesidad hacía que se buscara a un hombre experto en leyes, a la vez que fuera piadoso, temeroso de Dios. Por eso las viudas se fijaban en el comportamiento de aquellos que parecían más piadosos. Esto provocaba que algunos escribas se presentaran como cumplidores escrupulosos de la Ley y haciendo alarde público de sus oraciones para ganarse el favor de las viudas. Es la conducta que Jesús condena también según Mt 6,5: «Hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que los vea la gente». Cuando una viuda, engañada, elegía a uno de estos tutores sin escrúpulos el resultado era evidente: la fortuna de la viuda disminuía y la del tutor aumentaba. El tutor, a no mucho tardar, acababa «devorando» la fortuna de la pobre infeliz.

 

2. El elogio de la viuda

Frente a la conducta hipócrita y desalmada de estos escribas con viudas con fortuna, Jesús aprovechará la ocasión para hacer el elogio de una viuda pobre. El evangelista no da detalles sobre la situación de la viuda. No dice si era joven o anciana, si tenía hijos u otros familiares o si vivía sola. Pero por el desarrollo del relato todo da a entender que era mayor y que no tenía a nadie. En la descripción de la escena, Marcos pone el énfasis en la capacidad de observación de Jesús y la finura en su juicio sobre la conducta de la viuda. Sentado frente a las arcas de las ofrendas (del Templo), Jesús observa atentamente (verbo griego zeoréo) cómo hay ricos que echan muchas monedas mientras que una viuda pobre echa sólo dos lepta, monedas griegas equivalentes a un kodrántes o quadrans, el cuadrante romano. El leptón era la moneda de cobre menos valiosa. La cantidad depositada por la viuda equivalía a unos pocos céntimos. La versión española «arcas de las ofrendas» responde a un término griego que ha dado nuestro cultismo gazofilacio, que, según un pasaje de la Mishnah, consistía en trece receptáculos en forma de embudos o trompetas (nuestros cepillos), situados en los muros del Templo en el atrio exterior o de las mujeres (m. Sheqal 6,5). Cada embudo tenía debajo un rótulo con el nombre a lo que se dedicaba la ofrenda: «palomas», «aves para el holocausto», «incienso», «madera», etc. Jesús llama la atención de sus discípulos y elogia a la mujer, usando el recurso literario del quiasmo: a) esta viuda ha echado más, b) que todos los que echan, b’) porque ellos echan de lo que les sobra, a’) pero ella ha echado todo lo que tenía para vivir. La enseñanza de Jesús pone en valor no la cantidad de dinero que se echa sino el espíritu o la generosidad con que se da. Jesús hace notar a sus discípulos que los ricos echan de lo que les sobra, mientras la viuda se desprende de lo que necesita para sobrevivir. Con su ofrenda se queda sin nada. Hace la ofrenda a Dios no de unas monedas insignificantes sino la ofrenda de su vida, pues sin ese dinero depende de la Providencia de Dios. Pone su vida en las manos de Dios. Su amor a Dios le ha hecho fiarse totalmente de Él. Para ella el culto a Dios es más importante que su propia vida. A los ojos de Jesús esta viuda encarna el ideal de quien ama a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente, con todos sus bienes (Mc 12,30). Jesús subraya que la viuda ha echado más que todos los ricos. Esta frase puede entenderse de dos modos: más que cada uno de ellos, o más que todos ellos juntos. La pobre ofrenda de la viuda ¡es más valiosa que la de todos los ricos juntos!

 

Que la Virgen María, la mujer pobre, nos ayude a alcanzar un corazón como el de la viuda. ¡FELIZ DOMINGO!

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Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

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