La liturgia de la Palabra propone hoy las lecturas de Is 53,10-11, Heb 4,14-16 y Mc 10,35-45. El pasaje de Marcos, que tiene un paralelo en Mt 20,20-28 y, en parte, en Lc 22,24-27, se divide en dos momentos: la petición de los hijos de Zebedeo (v. 35-40) y el dicho de Jesús acerca de quién es el mayor (v. 41-45). En el paralelo de Mateo la petición la hace la madre de los Zebedeos.
1. La petición de Santiago y Juan
Nada más hacer Jesús el tercer anuncio de su Pasión (Mc 10,32-34), se le acercan Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, para pedirle que les conceda sentarse en su gloria uno a su derecha y otro a su izquierda (v. 35-38). Ante tan inesperada petición, Jesús responde primero con una afirmación: «No sabéis lo que pedís», y luego con una pregunta: «¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber…?» (v. 38). Con la afirmación inicial Jesús quiere dar a entender que los Zebedeos no han calibrado bien las consecuencias de su petición: compartir la gloria de su Reino, ocupando los lugares de más honor, conlleva compartir antes el sufrimiento de su Pasión, como acaba de anunciarles. ¿Lo han pensado bien? Para darles la oportunidad de que comprendan el alcance de su petición, Jesús les lanza una doble pregunta acerca de su disposición a beber el cáliz que beberá y el bautismo con que será bautizado.
a) La imagen del cáliz.
En el Antiguo Testamento la copa o el cáliz se usan a veces como símbolo de la alegría (cf Sal 23,5; 116,13) y otras del castigo o del sufrimiento (cf Sal 75,4). La expresión «beber el cáliz» aparece, sobre todo en la predicación profética, para hablar de la copa que Dios da a beber como señal de las pruebas por las que ha de pasar aquel al que se la ofrece. En Is 51,17.22 Yahveh habla a Jerusalén: «¡Despierta, despierta, ponte en pie, Jerusalén!, que bebiste de la mano de Yahveh la copa de su ira, apuraste hasta las heces el cáliz de vértigo… Yo quito de tu mano la copa del vértigo, no volverás a beber el cáliz de mi ira» (cf Jer 51,7; Ez 23,32). El cáliz que Jesús bebe, y que ofrece a Santiago y a Juan, es el del sufrimiento como Mesías. En la noche de Getsemaní se pondrá de manifiesto lo que implica para Jesús hacer suya la voluntad del Padre bebiendo el cáliz: llegar hasta la pasión y la muerte (cf Mc 14,34). Jesús tiene la conciencia de que ese cáliz se lo ofrece el Padre: «El cáliz que el Padre me ha dado, ¿no lo voy a beber?» (Jn 18,11). Jesús, por tanto, les está ofreciendo a los dos hermanos asociarse a su pasión y martirio, pues esa es voluntad del Padre. Hay que tener en cuenta que Jesús dice literalmente «el cáliz que yo bebo«, en presente, quizás para dar a entender que ese cáliz ya lo está bebiendo. Pero lo que ese cáliz lleva consigo se revelará con claridad en un futuro próximo. Así lo ha entendido Mt 20,22, que dice: «El cáliz que estoy a punto de beber».
b) La imagen del bautismo.
La segunda imagen que usa Jesús, el bautismo (griego, báptisma) abunda en la misma idea del sufrimiento. Hay que tener presente que en el Antiguo Testamento el agua se usa como una metáfora para hablar de las pruebas, tribulaciones y calamidades que sufren los justos por su fidelidad a Dios (cf Sal 42,8; 69,2-3.15; 88,7-8.18; 144,7; Is 43,2). Por otra parte, en griego el verbo baptídso significa sumergir, hundir, y la forma pasiva del verbo, baptídsomai, se usa de manera metafórica con el significado de estar hundido en la calamidad. Jesús tiene la viva conciencia de verse sumergido en un terrible abismo de sufrimiento y muerte.
c) La decisión de seguir a Jesús.
A la pregunta de Jesús «¿podéis beber…, podéis ser bautizados?» (v. 38), los Zebedeos responden «podemos» (v. 39), que no hay que interpretar como un gesto de arrogancia o altanería, sino que manifiesta la profunda sinceridad del amor que sienten por Jesús. La prueba está en que, cuando llega el momento, Santiago entregará su vida en martirio asociándose así con el Maestro. Murió decapitado por orden de Herodes Agripa I poco antes de la Pascua del año 44 (cf Hch 12,1-2). En su respuesta Jesús acoge la decisión de los dos hermanos porque la considera firme y sincera, pero no puede hacer nada para sentarlos a su derecha y a su izquierda, pues esos puestos pertenecen a aquellos para quienes están preparados (v. 40). Jesús usa la voz pasiva, la pasiva divina, para dar a entender que es el Padre quien concede esos lugares de honor. Así lo ha entendido Mt 20,23, que explicita: «… para quienes lo tiene preparado mi Padre». Que está preparado no significa que ya está adjudicado para alguien en particular, sino que está dispuesto para quienes sean dignos. Los otros diez Apóstoles, que hasta ahora habían quedado en un segundo plano, reaparecen en escena con un gesto de profunda indignación contra los hermanos (v. 41). Marcos usa el verbo griego aganaktéo, indignarse, irritarse, que refleja una actitud mezquina y ruin. En la reacción de los diez hay que distinguir dos aspectos. Por una parte, es comprensible su indignación por entender que la pretensión de los hermanos era del todo inaceptable. Pero, por otra parte, los diez se dejaban llevar por la envidia, pues muy poco tiempo antes también ellos habían preguntado a Jesús quién era el más importante (cf Mt 18,1). En realidad, Santiago y Juan sólo habían tenido la osada libertad de pedir los dos lugares de honor de manera directa a Jesús. Con su reacción indignada los diez dejaban al descubierto su oculta ambición.
2. La enseñanza de Jesús
La reacción de los diez brinda a Jesús la oportunidad de darles una «catequesis» sobre quién es el más importante. En parte, sus palabras recuerdan lo que les había dicho con motivo del segundo anuncio de la Pasión (cf Mc 9,35). Jesús comienza sacando la consecuencia de algo que enseña la experiencia: que los grandes de este mundo, que deben ejercer el poder para el bien de los súbditos, acaban utilizándolo en provecho propio, a veces, disfrazado de democracia, de manera despótica y tiránica (v. 42). Después, Jesús les exige que ellos no actúen así. Y mediante un doble paralelismo sinonímico y de alcance paradójico, les propone el modo propio de ejercer la primacía entre ellos: el que quiera ser grande (el mayor), será el servidor (griego, diákonos), y el que quiera ser primero, será esclavo (griego, doulos) (v. 43-44). Finalmente, Jesús recapitula su enseñanza haciendo mención de su propia vida y misión: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y entregar la vida en rescate por muchos (v. 45). En estas palabras hay sin duda un eco de Is 53,10-12: «El Señor quiso entregar su vida como rescate …, mi Siervo justificará a muchos» . El mayor acto de amor de Jesús será, pues, entregar su vida para rescatar a todos los hombres del pecado, algo que no pueden hacer ellos por sí mismos. Jesús se identifica a sí mismo con el Siervo de Yahveh e invita a sus discípulos a que deseen adquirir ese modo de vida. Sólo así llegarán a ser grandes y primeros. San Ignacio de Antioquía, a punto de morir en el martirio, expresa de manera muy bella el deseo que mueve al verdadero discípulo de Jesús: «Para mí es mejor morir para Jesucristo que reinar sobre los confines de la tierra» (Carta a los Romanos VI,1).
Que María, la humilde Sierva del Señor, nos ayude a identificarnos con su Hijo, Siervo, entregando la vida. ¡FELIZ DOMINGO!