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«Contempladlo, y quedaréis radiantes» (Sal 34,6).
1. Jesús, de la cruz al regazo de María: La Piedad
Según el relato de Jn, José de Arimatea y Nicodemo descienden el cuerpo de Jesús y, conforme a una antigua tradición popular, se lo entregan a María que lo acoge en su regazo. Juan habla de José como un discípulo en la sombra, por miedo a los judíos (Jn 19,38); de Nicodemo dice que era el que había ido a ver a Jesús de noche (Jn 19,39). Dos discípulos «escondidos». Sin embargo, ambos rompen las ataduras de sus miedos y dan la cara por Jesús, cuando los demás han huido. José, decidido, pidió a Pilato el cuerpo de Jesús, y se lo concedió (Jn 19,38; Mc 15,43.45). Ambos obtuvieron el privilegio de aromatizar y envolver el cuerpo de Jesús (Jn 19,40; Mc 15,46). Quizás sin saberlo estaban cumpliendo las palabras del Sal 45,9, que canta las bodas del Mesías Rey: «A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos». San Efrén ensalza la figura de José de Arimatea: «Dichoso tú, que tienes el mismo nombre que José el justo, porque envolviste y diste sepultura al Viviente difunto, cerraste los ojos del Vigilante dormido» (Himnos de Pascua. Sobre la crucifixión VIII.11). La cantidad desorbitada de aromas (mirra y áloe), que compró Nicodemo (cien libras, equivalentes a 32,7 kg) (Jn 19,39) muestra el gran aprecio, el cariño y la delicada dignidad con la que trataron el cuerpo de Jesús. Hay que recordar que la mirra es una resina olorosa con la que se preparaba el óleo de la unción y la consagración de los sacerdotes y las cosas santas (cf Éx 30,22-29). ¡El cuerpo santo ungido de Jesús! Y ponen a Jesús en el regazo de su madre. Ahora, en el regazo de María yace el cuerpo sin vida del que es la Vida de los hombres. En el regazo de María yace el Cordero en cuya sangre son lavados los vestidos blancos de sus santos (Apo 7,14). En el regazo de María yace el rostro desfigurado del que es el más bello de los hombres. En el regazo de María yace, sellado por el silencio, el que es la Palabra de Dios. En el regazo de María yace el costado abierto que no cesa de manar el agua de la Vida. En el regazo de María yacen impotentes las manos todopoderosas de aquel que creó el universo. En el regazo de María yacen, cerrados sin poder ver la luz, los ojos del que es la Luz del mundo. En el regazo de María yace el pecho helado sobre el que Juan reclinó su cabeza y experimentó el ardor de su compasión. En el regazo de María yace sin latir el corazón del que ha amado hasta el extremo (Jn 13,1). En el regazo de María yacen los pies cansados, sin poder caminar, del que es el Camino verdadero de los hombres. En el regazo de María yacen los hombros desgarrados del Buen Pastor que ha llevado sobre ellos a la oveja perdida para traerla a casa. Cuando pusieron el cuerpo de Jesús en su regazo, María lo estrechó contra su pecho y con ternura maternal lo acariciaba, lo cubría de besos, lo arrullaba, le susurraba al oído palabras de alivio para que durmiera en paz: «¡Hijo mío!, ¡Hijo mío! ¡Dios mío! ¡No temas! Estoy aquí, soy tu Madre. Duérmete». Y lloraba, dolorosa, por la inmensa tristeza de la muerte, pero con la serena esperanza de su victoria. Tener a Jesús en su regazo permitió a María evocar el momento de su nacimiento en Belén. Después de dar a luz, cuando lo tuvo junto a su pecho María miraba a Jesús Niño extasiada, y, mientras lo amamantaba, lo acariciaba con extrema delicadeza, lo cubría de besos, lo arrullaba, lo acunaba y le cantaba al oído nanas deliciosas para que durmiera tranquilo: «¡Hijo mío! ¡Hijo mío! ¡Dios mío! ¡Nacido de mis entrañas! ¡No temas! ¡Estoy aquí, soy tu Madre! ¡Duérmete!». Con el recuerdo puesto en Belén, María encarna el modelo de madres que, habiendo perdido a un hijo, lo siguen llevando en su seno, como si cada día lo siguieran engendrando. Mientras María estaba inmersa en esa evocación se oyó la voz entrecortada de José de Arimatea: «María, tenemos que llevar a Jesús al sepulcro».
2. Jesús, del regazo de María al regazo del sepulcro
José de Arimatea y Nicodemo tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con aromas, según la costumbre entre los judíos (Jn 19,40). Y pusieron a Jesús en un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía (Jn 19,41-42). Jesús pasa del regazo de María al regazo del sepulcro. Es digno de destacarse el detalle de que el sepulcro era nuevo, pues da razón de la congruencia que guarda la sepultura de Jesús con el misterio de su persona. Sólo un sepulcro virgen podía acoger el cuerpo virgen de Jesús. Un sepulcro no corrompido sería testigo de la profecía anunciada en el Sal 16,10: «No dejarás a tu fiel conocer la corrupción». Convenía que el sepulcro fuera nuevo, porque en él iba a entrar aquel que venía a hacer nuevas todas las cosas (Apo 21,5). Convenía que el sepulcro fuera nuevo, porque en su seno se iba a gestar el nuevo Adán, principio de una nueva humanidad. Convenía que el sepulcro fuera nuevo, porque en él entraba el Primogénito de los muertos (Col 1,18), para salir como Primogénito de los que tienen Vida.
3. Jesús en el sepulcro visita a Adán
Una antigua homilía sobre el grande y santo Sábado dice: «¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo. Va a buscar a nuestro primer padre como si éste fuera la oveja perdida. Quiere visitar a los que viven en tinieblas y sombra de muerte. Él que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y Eva… Y, tomándolo por la mano, lo levanta, diciéndole: Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz. Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: ‘Salid’, y a los que se encuentran en las tinieblas: ‘Iluminaos’, y a los que duermen: ‘Levantaos’. A ti te mando: Despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona… Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el Paraíso dormiste, y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño del abismo. Levántate, salgamos de aquí… El tálamo está construido, los manjares prestos, se han embellecido los eternos tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad».
¡En el regazo del sepulcro descansa aquel que es el verdadero Descanso de los hombres! ¡En el día de sábado, Jesús es el gran Sábado que ha dado descanso a los que estaban cansados y agobiados por la muerte! ¡FELIZ SÁBADO SANTO!
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